Goblin Slayer Vol. 2 capítulo 4
"Leer Goblin Slayer Volumen 2 capítulo 4 novela ligera en español."
Goblin Slayer volumen 2 capítulo 4 en español
Entre Aventuras
—Ahh…
La sacerdotisa dejó que una sonrisa se extendiera por
su rostro mientras el cálido vapor abrazaba su cuerpo desnudo y frío por la
lluvia.
Más allá de una puerta abierta había una amplia zona
de mármol blanco, lleno de elegantes pero no ostentosos grabados. La habitación
estaba repleta de bancos para relajarse en medio del vapor del baño y su aroma,
era ligeramente dulce.
El área de más al fondo albergaba una estatua de la
Deidad del Estanque, la hermosa diosa del baño. El agua fluía continuamente en
el cubo de lavado el cual provenía de la boca de un león. El lugar era
completamente lujoso. El agua aparentemente provenía de los ríos que corrían
por toda la ciudad.
Esto nunca habría pasado en el Templo de la Madre
Tierra, donde los creyentes apreciaban la pobreza y apenas tenían un trapo para
lavarse. Este, sin embargo, era el gran baño del Templo de la Ley, un baño de
vapor. Era una instalación única de los Templos del Dios Supremo, que había
ordenado que los que administraban la ley debían ser puros de cuerpo.
Y este era el más elaborado de los Templos de la Ley
en la frontera, ¡las palabras apenas podían describirlo!
—… Cierto. Sólo por hoy. Con una mano, la sacerdotisa
sostuvo una toalla para cubrir su hermoso pecho; con la otra, dibujó el símbolo
de la Madre Tierra.
Su piel, normalmente cubierta por la cota de malla y
las vestiduras de una sacerdotisa, era casi blanca translúcida. La sacerdotisa
entró en el baño alegremente, esa piel pálida se humedecía por el vapor.
Afortunadamente, no había nadie más en el baño, en parte debido a la hora tardía,
así que no dudó en sacar un cucharón desbordante de agua del cubo de lavado.
— ¡Oh…!
El perfume que se desprendía de la habitación provenía
de los aceites fragantes vertidos en el cubo de lavado.
No había tenido el impulso de embellecerse desde que la
habían trasladado al clero, pero en el fondo de su mente, recordó a las
elegantes muchachas que había visto varios días antes.
—Bien. Después de todo, he venido hasta aquí. Así que
está bien.
Miró a la izquierda y a la derecha, luego se giró
hacia la estatua de la Deidad del Estanque hecha de fragante piedra de sauna.
La estatua, calentada a una temperatura muy alta, hervía el agua en un
instante, llenando la habitación de vapor perfumado con rosas. La diosa fue
representada como una mujer desnuda; para equilibrar, en el baño de los hombres
había una estatua de un anciano.
O eso había oído, por supuesto, que la sacerdotisa
nunca había estado en el baño de hombres.
Se decía que la Deidad del Estanque les decía a los
bañistas su suerte, pero ella no tenía un templo propio, ni seguidores. O
quizás se podría decir que cada baño era su templo y cada bañista su discípulo.
La sacerdotisa, rodeada de vapor, estaba muy
agradecida de estar entre los seguidores de la deidad. Se sentó en un banco con
un golpe suave. Luego, tomó un pertrecho el cual se encontraba en cualquier
casa de baño: una rama de abedul blanco. La golpeó muy suavemente contra su
cuerpo, casi como si se estuviese dando palmaditas.
—Mmm…
Sus músculos, rígidos y fatigados por largas horas
bajo tierra, comenzaron a relajarse. Unos minutos más tarde, cuando había
terminado con el abedul, su piel desnuda brilló un tenue color rosa. Dejó salir
un gran suspiro, apoyándose en el respaldo del largo banco.
—Todos los demás deberían haber venido conmigo…
Preguntó si la elfa quería venir pero había recibido
un fuerte movimiento negativo con la cabeza en respuesta.
—Es como… los espíritus de fuego, agua y aire están
mezclados. No me gusta mucho.
El enano y el lagarto habían expresado su preferencia
por el vino y la comida en vez de bañarse y se dirigieron a la ciudad.
Y luego estaba Goblin Slayer.
Había dicho algo extraño sobre el envío de una carta y
poco después no se encontraba por ningún lado.
— ¡Oh! Yo también iré. Dijo la elfa, yendo tras él, y
la sacerdotisa no podía decir que no entendía cómo se sentía ella.
Goblin Slayer…
Sí, él fue el único que vino a la mente de la
sacerdotisa.
—Dios… ya ha pasado medio año…
Medio año desde que casi murió en esa cueva de
goblins. Desde que él le salvó la vida.
Incluso ahora, ella tenía sueños de esa aventura. A
veces se veía a sí misma no como ella, sino como una de las chicas secuestradas
por los goblins. A veces tenía un sueño fugaz de que ella y los otros tres
novatos habían superado la misión con seguridad.
Ambos habían estado dentro del reino de las
posibilidades para ella.
¿Qué debería haber hecho…? ¿Ese día? ¿Esa hora? ¿Qué
se supone que tenía que haber hecho?
Si…
Si hubiera terminado su primera aventura con éxito…
Ella ciertamente no conocería a ninguno de los amigos
que tenía ahora. ¿Y entonces qué habría pasado en su lucha en las ruinas
subterráneas o con el lord goblin?
¿Qué habría pasado con la ciudad, la gente de la
granja, todos sus amigos, todos los que ella conocía, todos los aventureros? ¿Y
él…Goblin Slayer? ¿Habría sobrevivido?
La sacerdotisa no era lo suficientemente egoísta como
para creer que le había salvado la vida, pero…
—No es tan mala persona.
Se lavó la mano encima de su cintura, donde no hace
mucho tiempo que él la había rodeado con el brazo. Comparada con su brazo, el
suyo parecía delgado y frágil. Parecía un héroe, y a veces un demonio vengador,
pero probablemente no era ninguna de esas dos cosas.
—…..
En algún momento, la sacerdotisa había colocado sus
pies encima del banco y se había acurrucado formando un balón. Su cabeza
flotaba agradablemente flotando del vapor, y el pensamiento tras pensamiento se
movía a través de ella como burbujas en la superficie del agua. Entregándose a
ellos, sintió una inusual combinación de comodidad e impaciencia.
Era como despertarse más temprano de lo habitual en un
día en el que no tenía que trabajar. Podría quedarse dormida así. Pero tal vez
sería mejor para ella levantarse y moverse. Tenía que hacer algo. Sentía que
había algo que debía hacer.
— ¿Qué debo hacer?
— ¿Sobre qué?
— ¡Ahh!
Cuando una suave voz contestó su murmullo abatido, la
sacerdotisa saltó tan rápidamente que las burbujas se esparcieron por todas
partes. Sus ojos se acercaron a ver un cuerpo tan bueno como fruta madura.
—Hee hee. La sangre se precipitará hacia tu cabeza a
un ritmo acelerado.
—P…perdóneme, estaba pensando en voz alta…
La sacerdotisa inclinó la cabeza apresuradamente ante
la arzobispo que estaba de pie frente ella, Sword Maiden.
—Está muy bien. Dijo, con un movimiento de cabeza que
envió ondas largas a través de su hermoso cabello dorado. —Al contrario, me
disculpo por sorprenderte. Mis deberes me retrasaron.
La sacerdotisa se encontró encantada por la mujer. No
llevaba ni siquiera un hilo de ropa, pero no trató de cubrirse, ni mostró
preocupación por su desnudez. Estaba tan bien dotada que ni siquiera una mujer
podía apartar la vista. Su única cubierta, la tela que cubría sus ojos, de
alguna manera sólo la hacía más seductora. La atmósfera era casi reverente: su
cuerpo, salpicado de luz solar y sombras, hacía que se viera diferente y bella
a cada momento. Además, el vapor en su cuerpo ruborizó su piel, de tal manera
que incluso la sacerdotisa se encontró a sí misma tragando saliva pesadamente.
Pero…
—Um… ¿Esos son…?
La voz de la sacerdotisa vaciló.
Líneas blancas tenues corrían a lo largo del cuerpo
perfecto de Sword Maiden. Muchos, pero muchos de ellos se superponían unos a
otros. Algunos estrechos, otros gruesos, largos y cortos. Algunos corrían
rectos como una flecha, mientras que otros hacían patrones como si hubieran
sido tirados y jalados. El ligero matiz rosado de su piel los hacía destacar
aún más.
¿Tatuajes? No, no podrían serlo. Estos eran…
—Oh, estos…
El arzobispo trazó una línea torcida que corría a
través de su brazo con un delgado dedo blanco. Mientras la punta de su dedo
presionaba la suave carne, casi parecía estar acariciándola amorosamente.
La sacerdotisa sólo había visto esto en libros, pero
aun así miraba hacia abajo autoconscientemente. No podía seguir mirándolos.
—Las marcas de un error.
Sword Maiden sonrió, hablando de las cicatrices que
había por todo su cuerpo como si no valieran la pena notarlas. La expresión
parecía brotar de su propia voluntad.
—Me golpearon en la cabeza, por detrás… Eso fue hace
más de diez años.
—Oh, um, yo…
La sacerdotisa comprendió muy bien lo que eso
significaba. ¿Qué debería decir? ¿Cómo debería decirlo? Su voz se puso tensa, y
no miró a la otra mujer.
— ¿Estás… bien… ahora?
Sword Maiden dejó de moverse por un segundo. Si sus
ojos no hubieran estado escondidos, seguramente la sacerdotisa habría visto su
pestañeo. —Eres una persona muy amable, ¿verdad? Dijo suavemente, y su
expresión en el rostro se desvaneció hasta parecer una estatua. —La mayoría,
cuando les digo, dicen que lo sienten.
—Y…yo sólo…
… no podía pensar en nada más que decir. Pensó la sacerdotisa, pero las palabras se le quedaron atrapadas
en la garganta.
Difícilmente podría decirle eso a Sword Maiden.
—Hee-hee… No deberías preocuparte.
Sword Maiden extendió la mano y agarró la rama de
abedul. Sus movimientos eran tan elegantes y precisos que uno nunca hubiera
pensado que sus ojos estaban cubiertos. Entonces, ella golpeó la rama contra sí
misma como un látigo, mientras un suave “¡Mm!” escapaba de sus labios. La
sacerdotisa apartaba los ojos, pero no podía evitar mirar, mirar, y
seguir mirando.
Sword Maiden finalmente dejó de usar la rama, como si
supiera que la Sacerdotisa estaba mirando.
—Con estos ojos… Murmuró Sword Maiden y puso su cara
cerca de la de la sacerdotisa.
La sacerdotisa se tragó silenciosamente.
—Con estos ojos, veo muchas cosas… Grandes cosas.
La sacerdotisa dejó salir un suspiro ahogado a través
de su nariz. Le sobrevino una sensación de leve ebriedad, no muy diferente a la
de cuando había olido el dulce aroma floral.
—Cosas que no puedes imaginarte.
—Oh…
Entonces, justo así, Sword Maiden dejó a la abrumada
sacerdotisa y se retiró del crepitante vapor del baño. Se ocultó en las nubes
como una chica tímida. Las ondas de su fino cabello eran sólo sombras ahora.
—Ese hombre contigo…
— ¿Qué…?
La sacerdotisa agitó la cabeza para despejar la cálida
bruma en su mente.
—Goblin Slayer, ¿no es así como se llamaba a sí mismo?
Parece una persona muy… confiable.
—Oh, uh, ahem… Sí. Realmente lo es.
La sacerdotisa tenía la mirada inocente de un niño
revelando un tesoro. Los bordes de los labios de Sword Maiden se convirtieron
lentamente en una encantadora sonrisa.
—Me alegro mucho de que sus investigaciones parezcan
estar avanzando sin contratiempos.
—Pero… Agregó, con una franqueza que le recuerda
a él. —… Sin duda un día él también desaparecerá.
Sacerdotisa tragó suavemente.
Ella me ve.
Podía sentir esos ojos ciegos sobre ella; hacía
cosquillear su piel. Los ojos de Sword Maiden estaban cubiertos. Sin embargo,
la sacerdotisa sentía que Sword Maiden la miraba directamente a ella, hasta lo
más profundo de su corazón…
—Sí. Mejor sal del baño antes de que te marees.
La sacerdotisa se había parado sin darse cuenta. Sword
Maiden le hizo un largo y lento gesto de asentimiento, y la sacerdotisa huyó
del baño, tropezando un poco en los resbaladizos pisos blancos, desesperada por
escapar de esa mirada.
No sabía muy bien cómo había logrado secarse o ponerse
el pijama después de llegar al vestuario. Sólo sabía que de repente, estaba
parada en el pasillo del Templo de la Ley, la brisa nocturna soplaba a su
alrededor.
En algún momento de la noche, la lluvia había
disminuido, revelando un cielo estrellado, hermoso y frío. Las lunas gemelas
parecían emitir escalofríos, aunque era verano. Mirándolos, la sacerdotisa
abrazó sus hombros y tembló de miedo.
Ella sabe.
Llegó como un destello de perspicacia, como una
revelación.
Esa mujer sabe.
¿Saber qué?
Sobre los goblins.
Sintió un escalofrío en su corazón mucho mayor que el
de su piel.
✠
—Whoop, este es.
Orcbolg, el cual es Goblin Slayer, había dicho que
debían reunirse en el gremio de aventureros.
Estaba, por supuesto, ubicado al lado de la puerta de
la ciudad, este era más grande que el gremio en su ciudad fronteriza, pero más
pequeño que el Templo de la Ley. Tenía una oficina administrativa, taberna y
posada, además de una fábrica y varias otras comodidades. Todo como el gremio
en casa, pero este era muy diferente en apariencia.
Fue construido en piedra blanca, lo que le daba un
aire de tranquilidad. Parecía que podría haber sido un banco. No es que la elfa
haya estado en un banco. Lo que en su lugar la sorprendió fue el gran tamaño
del lugar.
—Whoa, mira allí. ¡Eso es un elfo mayor!
—De ninguna manera. ¡Nunca había visto uno antes!
— ¡Whoo! ¡Qué espécimen! Y no me refiero sólo
a ser una elfa.
Ella había estado en esta ciudad antes, pero los
aventureros de las cercanías todavía la miraban con fascinación. Sus bocas
decían lo que querían, y sus ojos la perforaban con miradas de curiosidad y
lujuria.
—…..
La elfa arrugó su frente muy levemente. Nunca antes le
había molestado, pero se había acostumbrado a su cómoda vida en la ciudad
fronteriza.
Esto es un poco… molesto.
Tal vez fue porque a diferencia de la pequeña ciudad
fronteriza, ésta era una ciudad grande y avanzada.
Había muchos aventureros ahí. La elfa miró a su
alrededor con un gesto de sus orejas.
—Veamos, ¿dónde está Orcbolg…? ¡Ah, ahí está!
No había duda de que el casco de aspecto barato y la
armadura sucia. Goblin Slayer estaba sentado pesadamente en un banco en una
esquina de la habitación, con los brazos cruzados. Era como siempre se sentaba,
pero no era el lugar habitual donde estaría. También había otras cosas que eran
diferentes de lo usual.
Un grupo susurraban juntos, claramente burlándose de
él. Tal vez pensaban que no podía oírlos, pero para los largos oídos de la elfa
sus voces eran tan claras como si estuvieran gritando.
—Caray, ¿qué pasa con esa inmundicia?
—Sí, ¿en qué río se bañó? Dame un respiro. ¡Tenemos
normas por aquí!
La elfa los miró con la mirada afilada y le dio un
“hmph”. A ella no le gustaba nada de esto. Caminó por el vestíbulo hacia el
banco, como si vadeara las miradas de los aventureros, y deliberadamente caminó
de una manera bastante contraria a sus habituales pasos silenciosos.
—Siento haberte hecho esperar, Orcbolg.
Entonces, ella se sentó junto a él, justo al
lado de él. Se acurrucó a su lado. Como un gato, vio un murmullo excitado que
corría entre la muchedumbre de aventureros y sonrió. Eso les enseñaría. La elfa
se rio entre dientes.
—Lo siento. Me quedé dormida. ¿Pudiste enviar tu
carta?
—Sí. Contestó suavemente.
Bueno, no parecía que estuviera enfadado con ella por
dormir demasiado. Eso la ayudó a relajarse un poco. Ella tampoco tenía que
preocuparse por eso.
Ya sea que supiera o no lo que ella estaba pensando,
le mostró su recibo a la elfa. Presentaba un sello de cera indicando que la
carta había sido aceptada.
—Encontré a un aventurero yendo por el camino que
buscaba, así que le pedí que lo hiciera. Ya le he pagado a él también.
Había un sistema postal, dondequiera que los caminos
fueran, un caballo mensajero podía ir. La mayoría del correo era enviado
mediante ese sistema, pero con un poco de dinero, también podías contratar a un
aventurero.
Después de todo, los aventureros eran sólo matones con
armadura, armas y fuerza. Si les pagabas lo suficiente, harían que tu carta
llegara a su destino, era especialmente útil en emergencias o si la carta tenía
que llegar a algún lugar remoto al que el sistema postal no podía ir. Y si
presentas el pedido a través del gremio, ellos confirmarían cuando se completó.
Eso ayudó a evitar que los mensajeros huyeran con el artículo o simplemente
tiraran la carta y fingieran que la habían entregado.
Por supuesto, uno nunca confiaría a un joven
desconocido, por muy fuerte que fuera, un paquete importante. Una de las
ventajas del sistema de clasificación de gremios era saber a quién confiar sus
paquetes.
—Ahora que lo pienso, nunca he escrito una carta. Dijo
la elfa, añadiendo un “hmm” mientras observaba intensamente el sistema de
mensajería en el gremio. — ¿Qué escribiste? ¿Informando de que lo hiciste aquí,
seguro?
—Sí, en cierto modo.
Uh-huh…
Estaba bastante segura de que lo entendía, y eso le
hizo sonrojar un poco las mejillas. La elfa le devolvió el recibo. Debe
haberle escrito a esa granjera. Estoy segura de ello. —Cielos, Orcbolg,
así que tienes un lado blando.
— ¿Lo tengo?
—Claro que sí.
—En serio.
Uh huh, uh huh. Las orejas de
la elfa subían y bajaban felices; ella estaba muy entusiasmada con la
conclusión a la que se había precipitado.
— ¡Vale! Saltó del banco, sintiéndose renovada.
Su pelo voló detrás de ella mientras se estiraba,
arrastrándose por el aire como una estrella fugaz.
— ¿Necesitabas ir de compras, Orcbolg? ¿Un arma o algo
así?
—Sí.
Goblin Slayer asintió, y luego se levantó lentamente.
Se tocó la cadera con una mano. Indicó la vaina, a menudo ocupada por su espada
con una extraña longitud o algún armamento primitivo robado. Durante la
aventura del día anterior, su habitual disposición a tirar sus armas lo había
dejado sin armas.
—No confío en una daga… ¿Comprarás ropa?
—Claro. Esa alcantarilla realmente apesta. Odiaría que
el hedor se me pegara… Tú eres el único que no parece darse cuenta. La
elfa entrecerró los ojos. —Pero bañarme en las tripas de un goblin fue mucho
peor.
—Erk… Goblin Slayer gruñó en voz baja, todavía de pie
frente a ella. —… Si te molesta tanto, ¿debería disculparme?
—Adelante. No me importa. Ella hizo un ligero y fácil
gesto de su mano. Perfectamente calmado.
—Supongo que si te disculpas, probablemente podría
dejar de mencionarlo.
—… ya veo.
Su respuesta, por supuesto, fue la misma de siempre.
También lo fue la atmósfera en el salón del gremio. La
multitud de aventureros, de personal, todos los miraban con curiosidad. Y
algunos, quizás, con envidia. ¿Qué hace un elfo mayor con un vagabundo
así? Cada uno tenía su propia teoría: o había algún error, o alguien
estaba siendo engañado. Y así sucesivamente.
—Me di cuenta… Dijo Goblin Slayer en voz baja, y todos
los oídos de la habitación trataron de oír lo que vino después —…de que a pesar
tener alcantarillas aquí, no hay misiones de exterminar ratas gigantes.
—Huh. Ahora que lo mencionas, supongo que tienes
razón.
Mientras ella estiraba el cuello para mirar el tablón
de misiones, la elfa se dio cuenta de que algunos se reían disimuladamente.
Aunque no hablaran, sus expresiones lo decían todo. Chicos de campo. Podía
verlos mirando casi directamente bajo sus narices. ¿Crees que habría
ratas en nuestras alcantarillas? ¿En una ciudad tan bonita?
Pero la elfa sólo se rio alegremente y miró alrededor
de la habitación.
—Bueno, ¿vamos?
Cuando, con una sonrisa alegre, tomó la mano de Goblin
Slayer, el murmullo se convirtió en un rugido. Lo disfrutaba más de lo que
podía decir. La sensación de su áspero guante de cuero su mano también era
nueva, y su sonrisa sólo se amplió.
—Oye, he estado queriendo preguntarte algo.
Pronto volvieron a la carretera por la que había
bajado poco antes, volviendo al centro de la ciudad.
— ¿Qué?
— ¿Necesitas ropa interior ahí debajo? Siempre me lo
he preguntado.
Goblin Slayer suspiró profundamente ante sus palabras.
—No me preguntes.
Los elfos mayores preguntarían qué les gustaba, por
supuesto, ella le prestaba poca atención a su reacción. Agarrando su mano
enguantada con una especie de fascinación, ella miró a su cara.
—Entonces. ¿Sólo necesitas una espada, Orcbolg?
—No. Otras cosas, también.
—Hmm.
La elfa pensó en todo lo que había en la bolsa de
objetos de Goblin Slayer.
Todas las cosas que ella no pudo identificar, todas las cosas que nunca había visto. Todo el equipamiento que le gustaría conocer. Una irresistible curiosidad brotó en su pequeño pecho, y sin un indicio de resistencia, sonrió y preguntó:
— ¿Qué vas a comprar?