Goblin Slayer Vol. 2 capítulo 6
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Goblin Slayer volumen 2 capítulo 6 en español
Acertijos
— ¿Cuánto tiempo planeas dormir, estúpido?
La voz que sonaba en su cabeza trabajaba con el dolor
punzante para despertarlo.
Saltó, tomó una postura, miró a su alrededor. Frío
glacial dañaba su piel.
Blanco.
Todo era blanco.
Era la blanca oscuridad, la misma de siempre. Estaba
más familiarizado con este mundo que con la luz del sol.
Estaba en una cueva, probablemente en lo más profundo
de ella, rodeado de agua y hielo.
Tan pronto como comprobó donde estaba, otra
contundente bofetada cayó sobre su cabeza. El golpe fue caliente y doloroso,
como si hubiera sido golpeado por unas tenazas, y su contraste con el frío lo
confundió por completo.
— ¿Qué estás mirando? Si estas despierto, ¡entonces
salúdame!
La voz nasal y áspera, resonaba por la cueva, pero no
podía ver su fuente.
No se atrevió a intentar descubrir de dónde venía la
voz. Si miraba alrededor de la cueva, sólo invitaría a otro golpe.
Y no era posible ver a través de la invisibilidad de
Burglar (ladrón) en primer lugar.
En estos ¿meses… o años? de entrenamiento, él había
llegado a entender eso muy bien. En esta oscuridad, su sentido del tiempo era
borroso en el mejor de los casos. Era como los copos de nieve que volaban y se
negaban a ser atrapados.
El anciano era conocido por muchos nombres, incluido
el viajero, pero prefería que se le llamara Burglar o maestro.
—Por supuesto, maestro. Gracias por estar aquí.
Inclinó la cabeza, aunque no sabía hacia dónde debía
inclinarla.
Escuchó un ligero resoplido y sintió una emoción
momentánea de nerviosismo. Si hubiera enfadado al maestro, no se habría librado
con una simple reprimenda. El maestro podría incluso dejar de entrenarlo.
Y eso era un asunto de vida o muerte.
—Hrm. Suficientemente bueno.
Su amo parecía satisfecho por ahora.
Permaneció postrado, con cuidado de no dar un suspiro
de alivio. Permitió cayera algo nieve su la boca, y luego cerró los labios. El
aliento que había dejado salir tan descuidadamente era cálido, y la bruma que
creaba en el aire lo delataría. No sería la primera vez que le regañaran por
eso.
—Maestro, ¿qué debo hacer hoy?
— ¿Qué debes hacer? El Burglar lo dijo con sarcasmo y
enojo. — ¡Esa es la pregunta más estúpida que he oído nunca! ¿Qué clase de
idiota eres?
De repente, algo voló hacia él desde la oscuridad.
Estaba completamente desprevenido, y la bola de nieve
le golpeó en la cara. La sensación de mojado rápidamente se convirtió en una
molestia.
El Burglar había hecho el proyectil deliberadamente
frágil, para que esparciera nieve fría sobre él. Qué despiadadamente
inteligente.
— ¡Te tengo! ¡Así que ahora ve por ellos! ¡Los
goblins!
—Sí.
Miró fijamente hacia delante, ni siquiera se molestó
en limpiarse el hielo de la cara. La idea de que eso lo congelara ni siquiera
se le pasó por la cabeza. El dolor, la amargura, los goblins. Todos ellos eran
parte de su vida diaria. Apenas valía la pena mencionarlo.
Pero escuchó murmurar al Burglar — ¿Qué te parece? Son
inteligentes, son crueles, son muchos y son viles. ¿Puedes matar a los goblins?
—Los mataré.
— ¿Aunque cuando hacían deporte con tu hermana, sólo
mirabas?
El ladrón rio de una forma extraña y estridente.
Sintió cómo el fuego se desvanecía desde su vientre,
junto con la acalorada emoción que pesaba en su mente como una piedra.
—Sé lo que vas a decir. No tenías la fuerza entonces,
¿verdad?
Se mordió el labio.
—Sí.
— ¡Mal! ¡Eso está mal!
Esta vez, la sensación húmeda se mezcló con un dolor
sordo. El Burglar era inteligente y cruel. Había añadido guijarros al
pobremente compacto proyectil de nieve.
Le dolía la frente; sentía como si se le hinchaba con
cada latido de su corazón. Sintió la sangre goteando de la herida, derritiendo
la nieve pegada a su cara mientras se movía.
No era nada serio.
El cráneo era uno de los huesos más duros del cuerpo,
no era tan fácil de romper. Otra lección que había aprendido bien. No hizo
ningún movimiento para limpiar la sangre, sólo miró en la dirección donde creía
que estaba Burglar.
— ¡Es porque elegiste no hacer nada!
Eso le dolió.
Su puño ya parecía más una roca que una mano, pero la
apretó aún más fuerte.
— ¿Qué es eso? ¿Por qué no luchaste contra
esos goblins? ¿Por qué no escapaste con tu hermana?
El aire se movió un poco. Probablemente el Burglar se
había acercado lo suficiente como para mirarle a la cara, sólo para aclarar el
punto. Podía oler el hedor del vino en el aliento del Burglar, pero no podía
verlo, ni siquiera su sombra.
—Es porque te negaste a salvarla. Las preguntas de
éxito o fracaso, de vida o muerte, ¡vendrán más tarde!
El canto burlón del Burglar resonó por toda la cámara
helada.
— ¿Crees que un chico que no hizo nada cuando no tenía
poder hará algo una vez que lo gane?
—……
— ¡Aunque lo hiciera, sólo sería un espectáculo! Y
todos los espectáculos terminan tarde o temprano.
—Cuando decides actuar, esa es tu victoria. No es que
no serás el hazmerreír si tratas de fallar.
La voz del Burglar se calló de repente. Chasqueó sus
dedos, y una hoguera que debió haber preparado en algún momento se encendió de
golpe.
Las paredes blancas de la cueva tomaron el color de
las llamas.
Era efectivamente una fisura nevada, rodeándolo de
hielo, nieve y aire frío.
Pero en el instante en que lo distrajo, el Burglar
desapareció, sin dejar rastro ni de su sombra.
— ¡Necesitas suerte, ingenio y agallas! Gritó el
Burglar con una voz que resonaba perturbadoramente.
Trató de estabilizar su respiración y tomó posición
lentamente.
Tomó su postura: brazos arriba, pies ligeramente
separados, caderas bajas.
—Primero, decide si lo vas a hacer, ¡entonces hazlo!
—Sí.
Cuando asintió, unas gotas de sangre volaron, salpicando
de rojo sus pies. No le importaba. Estaba concentrado en no resbalar sobre la
nieve.
—Si haces eso bien, podrás dirigir a los gigantes en
piedra, aplastar arañas más grandes que tú, matar dragones, ¡incluso derrotar
al rey del infierno!
—Sí, maestro.
—Tienes mala suerte, y no eres muy listo. ¿Pero tienes
fuerza de voluntad? Voy a entrenar todos de una vez, ¡mira arriba!
Obedientemente levantó la vista. Una luz deslumbrante,
peligrosamente brillante, se encontró con sus ojos.
Era el campo de los carámbanos que crecía desde el
techo de la cueva de nieve. Con sus puntiagudas puntas apuntando directamente
hacia él, parecían un ejército de caballeros.
El calor del fuego había empezado a tener su efecto:
una gota salpicó sobre él.
—Hora de un juego de adivinanzas. ¡Tengo un acertijo
para ti! Si quieres vivir, mejor contesta rápido.
—Sí.
— ¡Bien, bien!
Escuchó al Burglar lamiéndose los labios. Los
acertijos eran una forma de batalla tan antigua como los dioses sagrados,
inviolables, absolutos. Se decía que existían desde incluso antes de que los
dioses empezaran a tirar dados.
Por supuesto, nada de eso le importaba. Respondería.
Eso era todo.
Lo primero que pensó fue en un goblin.
Pero los goblins no volaban y no tenían pico.
Justo cuando estaba a punto de cruzar los brazos para
pensar, otra bola de nieve vino volando hacia él.
Se deslizó lateralmente por el hielo para evitarlo.
Unas gotas de sangre volaron de su cara y aterrizaron en el hielo, mezclándose
con el agua derretida y volviéndose rosa.
La respuesta le llegó en un instante.
—Un mosquito.
— ¡Correcto!” El Burglar dio un resoplido que
sugiriendo que no se estaba divirtiendo. —Pero eso fue sólo un calentamiento.
¡Siguiente!
No tenía la menor idea.
Los nombres de los reinos devastados tanto históricos
como míticos flotaban en su mente, y luego se alejaban a la deriva. Todos eran
lugares de los que había oído hablar en las historias que su hermana le contó.
¿Ninguno de ellos había conocido un destino tan terrible como el acertijo
descrito?
—Baaah, ¿qué pasa? Preguntó el Burglar. — ¡No sueñes
despierto! ¡Muévete! ¡O será tu fin!
Antes de siquiera pensarlo, rodó reflexivamente hacia
un lado.
Un carámbano golpeó el suelo y se rompió.
No llevaba puesto el casco. Tenía que concentrarse en
proteger su cabeza.
Entonces, de repente, recordó la respuesta de un
acertijo que él y su hermana habían jugado hace mucho tiempo. Aunque en ese
momento, no había sido capaz de ganarle.
—Debemos estar en un mapa.
— ¡Ha ha! ¡Exacto! ¿Pero por qué tardaste tanto?
Escuchó aplausos burlones. Resonó por las paredes
hasta que no pudo descubrir de dónde venía.
Bloqueó el ruido en sus oídos, entonces empezó a mirar
cerca y lejos, de un lado a otro, y luego hacia el techo. No podía bajar la
guardia. Su pensamiento tenía que ser claro, además de controlar su
respiración.
La habitación era muy fría, pero en algún momento
había empezado a sudar. Trató de limpiar la sangre y el sudor con un brazo para
evitar que se le metiera en los ojos, pero al hacerlo le provocó un
desagradable ardor en las heridas.
— ¡Vamos, sigue adelante!
Para él, esto fue especialmente difícil. Y el Burglar
no iba a dejar que se quedara quieto y pensara con calma. Las bolas de nieve
venían volando desde todas las direcciones; rodaba por el hielo para evitarlas.
Estaba perdiendo sensibilidad en sus miembros; habían
pasado del azul y se estaban poniendo morados.
Pero no había tiempo para preocuparse. Un crujido sonó
por encima de él.
— ¡Cuidado ahora! ¡Aquí viene otro!
Otro carámbano se derritió del techo y le cayó encima.
—¡…!
El Burglar ni siquiera le dejaría esquivar a salvo.
Otra bola de nieve vino y le golpeó en el hombro; las bolas nieve esparcida por
todas partes y los guijarros que le arrojaban lo herían. Luchó por reprimir un
gemido de dolor.
No había tiempo. No podía pensar. No tenía respuesta.
No tenía nada. Eso lo enfureció, y entonces vino a él.
Levantó la vista y gritó:
— ¡Nada! Pisó la tierra
con los dos pies, recuperando su posición, y añadió — ¡La respuesta es nada!
— ¡Sí! Pero hay algo más malvado que los dioses
oscuros y poseedor de un ingenio más cruel.
El Burglar no tenía ninguna intención de dejarle
descansar, por eso le lanzaba adivinanzas tan pronto como podía responder.
En la oscuridad blanca, sangre que fluía de su hombro
y su frente, permaneció de pie y se enfrentó a las preguntas.
Volvió a gritar inmediatamente:
— ¡Un goblin, en el vientre de una mujer capturada, en
una jaula de goblins, en una cueva de goblins!
Nunca se olvidaría de los goblins, ni por un segundo.
La respuesta no requirió ningún pensamiento. Sonrió a su maestro invisible y dijo
—Fácil.
— ¿Ah, sí? Entonces, ¡prueba esto!
El último acertijo debe haber sido una forma de ganar
tiempo suficiente para inventar este. Burglar estaba lleno de trucos baratos,
los cuales le enseñaron mucho.
Pero la respuesta a este acertijo se le escapaba por
completo.
Respiraba con dificultad, se deslizaba sobre las bolas
de nieve y esquivaba los carámbanos. La nieve le rasgó la piel y el hielo lo
golpeó, hasta que todo su cuerpo estaba en carne viva y sangrando. La sangre y
el sudor goteaban de su frente a sus ojos, oscureciendo su visión, mientras la
herida en su hombro le palpitaba.
Pasando todo eso, pensó furioso. Los engranajes de su
mente giraron; parpadeó varias veces, reuniendo toda su inteligencia, buscando
una respuesta.
No tomó mucho tiempo descubrir lo que estaba cerca de
él.
Se lamió los labios ligeramente y dijo la respuesta
tan claramente como pudo.
—Es la muerte.
— ¡Ha haaaa! ¡Buena respuesta!
Las risas del Burglar rebotaron por toda la caverna.
Un rocío de gotas de agua cayó, sacudido por el eco.
—No tienes suerte. No tienes ingenio. Lo único que
tienes son agallas. ¡Así que piensa! Piensa con todas las agallas que tienes.
—Sí, maestro.
Asintió obedientemente. No tenía ni idea de por qué el
Burglar lo cuidaba, pero estaba solo, su aldea había desaparecido, y sólo le
quedaba una meta. El anciano le daba las enseñanzas y las estrategias que
necesitaría para alcanzarla. Nunca consideraría cuestionar las palabras de su
maestro.
—Y siendo sincero… sí, te has vuelto bueno en eso.
Bueno para un chico como tú, de cualquier forma, ¡el último!
Burglar apareció ante él como si nada. Era un hombre
pequeño, de menos de la mitad de su estatura, y oscuro como una sombra.
El viejo rhea sostenía una brillante espada corta y
usaba una cota de malla de platino. Le miró con dos ojos brillantes y sonrió,
mostrando sus dientes desiguales.
— ¿Qué tengo en mi bolsillo?
Fue un truco cruel, técnicamente contrario a las
reglas de los acertijos.
Luchó por responder pero no podía pensar en nada.
Abrió su boca para rogar por lo menos por tres pistas, pero en el siguiente instante, un dolor sordo corrió por su cabeza una vez más, y sintió como si su conciencia se derritiera.
Hasta el día de hoy, no sabía la respuesta a ese acertijo.