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Majo to Youhei Volumen 1 capítulo 5

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 Witch and the Mercenary volumen 1 capítulo 5 en español


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Witch and the Mercenary volumen 1

Pasado y Presente


Más tarde esa noche, Zig se incorporó y miró por la ventana. Todo estaba en calma, y la luna brillaba intensamente en el cielo. Se levantó de la cama, se colocó todo su equipamiento y salió de la habitación.

Se detuvo un momento frente a la puerta de la habitación de Siasha. Al no escuchar ningún ruido, se dio la vuelta y salió de la posada.

El mercenario caminó lentamente, como si no tuviera un propósito en mente. Cualquiera que lo viera pensaría que solo estaba dando un paseo nocturno. La ciudad estaba tranquila y no se veía a nadie más; solo pasó junto a algún borracho ocasional tirado al lado del camino, aun abrazando una botella de licor.

Zig atravesó el área del centro de la ciudad, tomando los caminos secundarios hacia las afueras. Finalmente, se detuvo.

“Por aquí debería estar bien, ¿no?”

No había nadie más cerca, y su voz fue lo único que rompió el silencio.

Entonces, unos pasos surgieron de las sombras de un almacén, y un hombre apareció. Era apuesto, con una melena castaña semilarga. Aunque no estaba tan musculoso como Zig, su físico no era en absoluto inferior.

A pesar de su apariencia juvenil, el hombre era en realidad unos diez años mayor que Zig, algo que Zig nunca había podido aceptar del todo.

“La luna se ve hermosa esta noche”, comentó el hombre. “Hace tiempo que no nos vemos, Zig.”

“Ryell”, respondió Zig.

El hombre —Ryell— sonrió con ironía ante el semblante siempre hosco de Zig. Ambos habían sido miembros de la misma brigada de mercenarios. De hecho, Ryell había sido el joven mercenario encargado de cuidar de Zig cuando fue aceptado por primera vez en la brigada.

“Me sorprendió saber que también estabas en el equipo de investigación”, dijo Zig.

“Vine con la unidad de vanguardia”, dijo Ryell encogiéndose de hombros. “Lo viste, ¿verdad? Ese paisaje infernal. Apenas escapé con vida.”

Zig no dijo nada y empezó a hurgar en sus bolsillos hasta que encontró la insignia familiar con el emblema de un halcón.

Ryell observó el objeto con atención. “Ah, claro. Sí, lo dejé caer.”

Zig le tendió la insignia, pero el hombre hizo un gesto para que no lo hiciera.

“¿Dejaste la brigada?”, preguntó el mercenario.

“No es eso…”, dijo Ryell mientras miraba la luna con nostalgia. “Pero tampoco es como si pudiera regresar.”

Tenía razón. Zig no sabía cuánto habían avanzado las tecnologías de construcción naval en ese continente, pero probablemente sería imposible construir un barco que pudiera cruzar ese mar lleno de monstruos.

“Entonces, ¿qué quieres?”, preguntó Zig.

Zig había sido consciente de que alguien lo estaba buscando. Si no hubiera encontrado la nota encajada en la puerta de su habitación, nunca habría venido a esta reunión.

Ryell apartó la mirada de la luna. Sus ojos marrones —del mismo color que su cabello— se clavaron en los de Zig.

No es el mismo hombre que conocí, pensó Zig.

Podía percibir que algo había cambiado. Ryell siempre había sido alegre, alguien cuyo rostro no perdía la sonrisa ni siquiera frente a la adversidad, pero ahora no quedaba nada de esa exuberancia. Zig notó que sus mejillas estaban hundidas y sus ojos nublados por el cansancio.

“¿Qué demonios es este lugar?”, dijo Ryell, sonó más como si hablara consigo mismo que como una pregunta dirigida a Zig. “Todos y su madre pueden usar magia como si nada. Ni siquiera se lo cuestionan. Están creando cosas como fuego y hielo de la nada, ¿sabes? ¿No te parece extraño?”

“Bueno, cuando lo planteas de esa manera, sí.”

Las preguntas de Ryell eran completamente razonables — Zig había sentido lo mismo al llegar. Pero en algún momento —no podía precisar cuándo— simplemente dejó de importarle.

¿Será porque siempre estuve acompañado de una bruja?, se preguntó. ¿O tal vez he estado tan ocupado que ya no tengo tiempo para pensar en esas cosas?

No tenía respuesta.

“Y la guinda del pastel son esas monstruosidades”, continuó Ryell. “Cuando descubrí que los monstruos deambulaban como si fueran los dueños del lugar… Me avergüenza admitirlo, pero rompí a llorar. Apenas habíamos llegado a tierra firme cuando esas cosas, esos gusanos gigantes, salieron de la nada. Todavía no puedo olvidar las expresiones de mis amigos mientras eran arrastrados bajo tierra…”

Se cubrió el rostro con una mano, su mirada vacía.

“Cuando me di cuenta de que tú también estabas aquí… bueno, para ser honesto, pensé que estaba salvado. Eres uno de los más fuertes de la brigada, a pesar de haber empezado como un mocoso que estaba siendo manejado por su espada más de lo que podía manejarla. Pensé que, tal vez, si éramos los dos, podríamos arreglárnoslas incluso en este lugar”, dijo Ryell, aunque la mirada en sus ojos estaba lejos de reflejar esperanza.

“Planeaba reunirme contigo tan pronto como descubrí que estabas aquí. Destacas como un pulgar dolorido, así que no fue difícil encontrar información sobre tus idas y venidas. Pero cuando me enteré de que las cosas te iban bien, incluso en un lugar tan retorcido como este… sentí celos.”

Ryell soltó una leve risa, pero su expresión se oscureció.

“Sin embargo, cambié de opinión cuando vi a la mujer que estaba contigo. ¡¿Qué demonios trajiste aquí?!”

No fue tanto una pregunta como una acusación. Zig recordó la mirada intensa que había sentido de camino a casa el día que compraron su nueva arma.

No respondió nada al mordaz reproche de Ryell.

Eso fue suficiente respuesta para Ryell, quien lo miró como si cuestionara su cordura.

“Lo supe con solo mirarla a los ojos. Es una bruja, ¿verdad?”

Así como Zig había notado que Siasha era inusual de un vistazo, Ryell también pudo hacerlo. Tal vez era porque ambos tenían maná, pero los humanos de ese continente no parecían percatarse de esas cosas. Zig comenzó a darse cuenta de cuán diferentes eran biológicamente él y Ryell de las personas que vivían aquí.

“¿Cómo puedes estar bien cerca de eso?”, escupió Ryell.

“Es mi cliente.”

Los ojos de Ryell casi se le salieron de la cabeza. Se llevó una mano a la frente, como intentando ahuyentar un dolor de cabeza.

“¿No te enseñé a elegir tus trabajos sabiamente?”, gruñó él. “¿Por qué aceptarías…? No, más importante aún… ¿cómo es que siquiera conociste a una bruja?”

La respuesta de Zig fue breve mientras jugaba con la insignia en su mano.

“Tú también me enseñaste a no compartir detalles sobre un trabajo con nadie.”

Ryell había sido encargado de enseñarle a Zig las habilidades necesarias para su trabajo. En ese entonces, él mismo era relativamente nuevo, así que enseñarle a Zig se convirtió en una forma de confirmar que conocía los trucos del oficio.

Pero la actitud de Zig parecía dar a Ryell la impresión de que estaba en circunstancias que no podía discutir.

“¿Te está amenazando?”, exigió Ryell. “Puedo ayudarte a escapar de—”

“No es eso”, dijo Zig, recordando cómo Ryell lo regañaba. “No es eso en absoluto, Ryell. Ella me pidió ayuda, así que lo hice.”

El otro hombre debía estar preocupado, por el tono tan indignado con el que sonaba.

“Acepté su petición libremente”, dijo Zig. “Eso es todo.”

El silencio cayó entre los dos hombres.

Después de unos momentos, Ryell se agachó lentamente mientras soltaba un gran suspiro.

“Así que, así es como son las cosas.”

“¿No estás dispuesto a aceptarla, pase lo que pase?”, preguntó Zig.

“Una bruja me arrebató a mi familia.” La voz de Ryell estaba tensa, su rostro una mezcla de dolor y rabia. “¿Sabes eso, y aun así tienes las pelotas de hacerme esa pregunta?”

“No es como si ella fuera la responsable.”

“¡Eso no importa!”, gritó Ryell. “¡Las brujas son monstruos peligrosos! ¿Por qué no puedes entender eso?”

Zig recordó la historia que Ryell le había contado sobre las atrocidades de una bruja.

Cuando Ryell era un niño, él y algunos amigos salieron de la aldea para jugar. Ignorando los consejos de sus padres, decidieron escalar una colina cercana. Cerca de la hora de la cena, empezaron a tener hambre y regresaban cuando la tierra comenzó a temblar y el rugido del agua llenó el aire.

Al correr de regreso, encontraron que la aldea había sido arrasada por una inundación repentina, dejando tras de sí solo escombros. El río se había desbordado sin previo aviso, aunque el cielo había estado despejado y soleado.

Todo —edificios, personas— fue arrastrado por la furia de la naturaleza.

Con sus familias y hogares destruidos, los niños cayeron en la desesperación. Ryell vagó hasta que lo encontró un grupo de mercenarios.

Al menos, esa era la historia que Ryell había compartido con Zig en una noche de borrachera.

“No hay duda”, había dicho Ryell. “Eso tuvo que ser obra de una bruja.”

No tenía pruebas, pero las heridas eran tan profundas que era ciego a cualquier otra explicación. No estaba solo — historias similares eran comunes en su continente natal.

La expresión de Ryell se tornó oscura.

“Entonces, ¿realmente has perdido el juicio al punto de asociarte voluntariamente con un monstruo?”

Ryell desenvainó su espada larga, apuntándola hacia su antiguo compañero. Zig suspiró y miró la hoja.

“Un monstruo, huh”, dijo él. “Tú y yo hemos visto bastantes de esos en el campo de batalla, y también deberías saber que los humanos no necesitan una razón para convertirse en uno. ¿No puedes ignorar a una bruja que vino aquí para escapar de todo?”

“¿Pueden los depredadores vivir entre sus presas?”, preguntó Ryell. “Lo sabía, algo no está bien. ¿Cuándo te volviste tan irrealista? ¿Estás seguro de que esa bruja no te hizo algo?”

Ryell adoptó una posición de combate y comenzó a acercarse lentamente. Parecía estar completamente convencido de que Zig estaba siendo manipulado por una bruja.

“Supongo que me toca abrir los ojos del chico que consideré como un hermano menor y hacerle ver que está bajo el hechizo de una bruja.”

Zig desenvainó silenciosamente su espada gemela y la apuntó hacia su antiguo camarada.

“Quitar un brazo debería bastar”, continuó Ryell. “No te preocupes, he oído que aquí pueden volver a unirlos.”

“Ah, ¿sí?”

Si este hombre sabía la verdadera identidad de Siasha y planeaba hacerle daño, solo había una cosa que Zig podía hacer. Había intentado con todas sus fuerzas hacerlo entrar en razón, pero el odio de Ryell nublaba su juicio.

“Entiendo.” Zig apretó el mango de su espada gemela.

Sabía lo que debía hacer, pero…

Aunque los enemigos de un mercenario cambiaran cada día, era raro que miembros de la misma brigada se enfrentaran, especialmente un mentor y su aprendiz.

“Supongo que… no me dejas otra opción”, dijo Zig suavemente.

Sin embargo, ya había superado el punto en el que esos sentimientos podían detener su brazo. El hombre frente a él ya no era su antiguo camarada. Ryell había amenazado a su cliente, y por eso debía morir.

“¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que cruzamos espadas?”, reflexionó Ryell.

Mantenía la espada larga sobre su hombro, una mano bajo la guarda y la otra sosteniendo el pomo con ligereza. Era una postura básica enseñada por la brigada de mercenarios, una con la que Zig estaba íntimamente familiarizado. 

“¿Quién sabe?”, respondió él.

La nostalgia casi le hizo sonreír.

La luz de la luna iluminaba a Zig y a Ryell mientras evaluaban a su oponente.

En el momento en que una nube bloqueó la luna, sumiendo la zona en la oscuridad, sus sombras se cruzaron.

Solo hicieron un ataque. Fue una batalla decisiva a muerte. No tenían necesidad de intercambiar palabras. Había un entendimiento implícito entre dos personas con una larga historia.

La luna volvió a brillar.

Un tintineo agudo resonó mientras fragmentos de metal destrozado centelleaban bajo la luz lunar, y Zig se encontró bañado en carmesí.

Ha…” La voz de Ryell era apenas como un croar.

La espada gemela de Zig había atravesado la hoja de hierro de Ryell como si fuera madera seca, llevándose gran parte de su abdomen junto con ella.

Haha… Ha… Ha. Te has… vuelto… más fuerte, Zig…”

El tributo de la parte derrotada se pagaba con su propia sangre.

“Sí.” Zig asintió. Ni siquiera se molestó en evitar el rocío de sangre.

Los pies de Ryell cedieron y cayó al suelo, luchando por respirar.

“Siempre pensé… que moriría como un perro. Pero… que sea en esta tierra olvidada… de todos los lugares…”

Intentó reír, pero en su lugar escupió gotas de sangre. Sin importar lo avanzada que fuera la magia de recuperación en ese continente, nada podría salvarlo.

“¿Qué quieres que escriba en tu tumba?”, preguntó Zig suavemente, notando cómo la luz se desvanecía en los ojos de su antiguo mentor.

La respiración de Ryell era laboriosa, pero logró una débil sonrisa mientras miraba el rostro ensangrentado de Zig.

“No necesito una tumba”, dijo. “Morir solo… y olvidado… es lo que corresponde a un mercenario.”

“¿Es así?”

“Incluso… ahh… aquí… las estrellas… ngh… son… hermo…” Ryell miró al cielo. Zig ya no se reflejaba en sus ojos. “Oh… solo quiero… volver a casa…”

No hubo más palabras después de eso.

Zig cerró los ojos de Ryell y colocó su espada larga entre sus manos.

“Qué cosa más estúpida de hacer.”

Ryell sabía desde el principio que no tenía ninguna posibilidad. 

Zig lo había superado hacía mucho tiempo, cuando ambos aún estaban en la brigada de mercenarios. No recordaba exactamente cuándo, pero un día Zig recibió otro compañero diferente con el que entrenar.

Ninguno de los dos dijo nada al respecto, pero ambos sabían. Y, aun así, Ryell lo desafió.

¿Había algún significado detrás de ello? Zig nunca sabría cuál era su verdadero objetivo.

“Aun así…”

Zig se levantó. Estaba a punto de marcharse, pero algo le vino a la mente. Sacó la insignia de mercenario de su bolsillo y la colocó sobre el pecho de Ryell.

“He pasado por la puerta que abriste.”

Incluso si habían sido antiguos camaradas, Zig no dudó. Se limpió la sangre de Ryell de la mejilla. Miró su mano ensangrentada, cerrándola y abriéndola como si lo que había hecho aún no se hubiera asimilado.

Zig pasó por encima del cadáver y salió de la luz de la luna, desapareciendo en la oscuridad de la noche sin mirar atrás.

✧❂✧

Al día siguiente, Zig y Siasha pasaron por el gremio para que ella pudiera recoger un bono basado en su informe y logros del día anterior. Zig se sentó, observando a los aventureros moverse por la zona de recepción. Hoy parecía haber más de lo habitual.

La noche anterior no lo había sacudido. Era un cabo suelto que ahora estaba atado.

Su enfoque estaba en el futuro.

La misión de exterminio probablemente sería suficiente para promover a Siasha a la octava clase. Todavía tenía un largo camino por recorrer como aventurera, pero estaba ascendiendo en las filas bastante rápido.

“Mi papel en todo esto se va a complicar”, reflexionó él.

Dado que Siasha viajaba con un no aventurero, le resultaría difícil encontrar un grupo que la aceptara. Zig era su guardaespaldas; siempre priorizaría la seguridad de ella. No podía imaginar que otros miembros de otros grupos estuvieran encantados de tener a alguien en quien no pudieran confiar, ya que no era uno de ellos.

Aún estaba pensando en qué hacer cuando sintió una presencia. Al levantar la cabeza, vio a una mujer de cabello blanco que le resultaba familiar vestida con una prenda única que ocultaba la facilidad de su andar.

“Escuché lo que pasó”, dijo ella. “Parece que hubo problemas otra vez.”

Sin siquiera pedir permiso, Isana Gayhone se deslizó en el asiento frente a él. Zig no se molestó en reprimir un largo suspiro. Los problemas parecían haberlo encontrado una vez más.

“¡Oye, ¿qué te pasa?!”, exclamó ella. “Suspirando en cuanto ves la cara de alguien... ¿Pasa algo?”

“No es nada”, dijo él fríamente. “¿Qué quieres?”

Los labios de Isana se fruncieron en un puchero. “¿No puedo hablar contigo a menos que tenga una razón?”

“Eres un verdadero dolor de cabeza, ¿sabes? ¿Alguna vez piensas madurar?”, replicó él.

Isana se estremeció ante sus palabras cortantes, pero rápidamente recuperó la compostura y le mostró una sonrisa desafiante. “¿Estás seguro de que esa es la actitud que deberías tomar conmigo?”, dijo ella. “Después de que vine específicamente a ti con información que estoy segura de que querrás.”

“¿Qué? ¿Sobre el enjambre de monstruosidades? No me importa mucho eso; puedo simplemente pedirle a Alan que me diga lo que sabe más tarde”, respondió Zig con indiferencia.

La espadachina parpadeó sorprendida. “¿También te asocias con Alan y su grupo? Sorprendentemente tienes buenas conexiones...”

“Si no planeas decirme lo que tienes que decir, ¿puedes simplemente irte?”, dijo él.

Pasar tiempo con Isana solo traería más atención negativa, y eso era lo que quería evitar. Ya podía sentir las miradas de otros aventureros.

“Está bien”, suspiró ella. “Según el comité de investigación, era un tipo de hongo.”

“¿Un hongo?”, Zig se mostró sorprendido; no era lo que esperaba escuchar. “No se veía para nada como uno.”

“Hay muchas especies de hongos en el mundo, y vienen en una gran variedad de colores, formas y tamaños. Probablemente haya tipos que ni siquiera se han descubierto todavía”, explicó ella.

Zig había investigado sobre hongos en el pasado, pensando que podrían ser una fuente viable de alimento en situaciones de emergencia. La conclusión a la que llegó fue — solo cómelos si te van a salvar de morir de hambre.

Cuanto más investigaba, más aprendía que muchos eran venenosos, y un número sorprendente de ellos tenía un parecido asombroso con los comestibles. Incluso cazadores veteranos perdían la vida al comerlos por error.

Quizás había más información, pero estudiar tanto requería tiempo que no tenía, así que la única lección que tomó fue evitar los hongos silvestres tanto como fuera posible.

“Esos hongos usan el cuerpo de un insecto como incubadora para sus esporas”, continuó Isana, “y pueden ejercer cierto nivel de control sobre las acciones de su anfitrión.”

Ella explicó además que los insectos parasitados por el hongo buscan lugares donde se reunieran muchos de su misma especie. Cuando el anfitrión moría, el hongo parásito rompía su cuerpo, descargando las esporas en la punta, que luego se adherían al cuerpo del siguiente anfitrión. Así comenzaba nuevamente el ciclo de vida.

Por alguna razón, los insectos anfitriones no atacaban a los de su propia especie. Aparte de ese comportamiento peculiar, actuaban con normalidad y, por lo tanto, era probable que se reprodujeran y cazaran.

“Oye, ¿estamos bien?”, balbuceó Zig. “¿El equipo encargado de la limpieza está infectado?”

“Parece que no parasitan a los humanos. Y, aparentemente, tampoco todos los insectos son susceptibles; los nuevos anfitriones deben ser similares al original”, aclaró ella.

A pesar de sonar aterrador, la habilidad única del hongo parecía estar bastante limitada.

“Ya veo. Así que por eso había un grupo tan grande de ellos”, comentó Zig.

“Supongo que no fue tu día de suerte”, se rió Isana.

Eso es muy gracioso viniendo de alguien que tuvo tan mala suerte el otro día que casi muere.

“¿Eso es todo?”, dijo Zig con frialdad. “Bien, ya puedes irte.”

“¿Por qué estás siendo tan frío?”, se quejó ella. “Te di información pertinente, así que al menos hazme compañía un rato.”

Parecía que Isana no le iba a dar otra opción. Saber que esos hongos no representaban una amenaza para los humanos era una información útil, de todos modos.

Tendría que soportar su presencia hasta que Siasha regresara.

“Entonces, ¿tu estilo de lucha es autodidacta?”, preguntó Isana mientras cogía unas nueces.

Incluso pidió una bebida — planeaba quedarse un buen rato.

“Lo adapté a mi propio estilo después de acumular suficiente experiencia, pero originalmente se basaba en técnicas de lanza del ejército de algún país”, explicó él.

“¿Antes estabas en el ejército?”, exclamó Isana, tan sorprendida que se inclinó hacia adelante de su asiento.

“No yo,” dijo Zig, “el líder de la brigada de mercenarios a la que pertenecí. Él fue quien me enseñó los fundamentos del manejo de armas cuando apenas estaba empezando.”

“Ah, entiendo. Ese mentor tuyo… ¿era fuerte?”

Zig pensó por un momento, entrecerrando los ojos como si estuviera imaginando al hombre frente a él.

“Sí,” respondió. “Probablemente ahora estoy en un punto donde podría mantenerme firme contra él.”

“¿Perdón?”

“Pero también era un estratega élite, inteligente y con una excelente percepción. Teniendo en cuenta esas habilidades, no hay manera de que pudiera vencerlo en una pelea.”

“¿Estás bromeando, ¿verdad?”

Isana era una luchadora capaz y se sentía razonablemente orgullosa de sus habilidades. Pero al escuchar todo eso, no pudo evitar mirar al techo con incredulidad.

Mientras Zig observaba su leve pánico, sus pensamientos se desviaron hacia su antiguo mentor. Sus capacidades y conocimientos iban mucho más allá de los de un soldado común… Quizá en el pasado fue general de algún gran poder militar.

Pero ahora no había forma de saberlo.

“A medida que mi cuerpo creció y gané más fuerza, cambié el tipo de arma que prefería,” continuó. “Pasé de lanzas, a alabardas, y finalmente a la espada gemela.”

“Interesante.”

Ahora era su turno de hacerle una pregunta. Señaló una de las alargadas orejas de Isana.

“Cuéntame sobre estas cosas.”

“¿Qué quieres saber?” Ella no parecía muy contenta con la pregunta. Pero, dado que había sido quien comenzó a hacer preguntas personales, sería bastante grosero negarse.

“Sé que tienes buen oído, pero ¿exactamente cuánto puedes escuchar?”, preguntó él.

“Bueno…”

Isana miró alrededor del salón de recepción antes de señalar. Zig miró en esa dirección y vio a tres hombres, todos aparentemente luchadores cuerpo a cuerpo, observando a Siasha mientras también esperaban en la fila.

Las orejas de Isana se movieron ligeramente hacia adelante.

“Finalmente vamos a ascender con esto.”

“Nos tomó bastante tiempo. Realmente necesitamos encontrar a un usuario de magia.”

“Oi, ¿por qué no le preguntamos si está interesada?”

Los hombres estaban tan lejos, y el salón estaba lleno de ruido. Espiar esa conversación debería haber sido imposible, pero Isana la repetía palabra por palabra.

“No solo es agradable a la vista, sino que aparentemente tiene mucho potencial.”

“Eso estaría genial, pero ¿no es ella la que siempre tiene a ese tipo pegado a su lado?”

“No necesitamos más hombres molestos rondando. Me pregunto si hay una forma de que solo ella se una a nosotros.”

“Ni lo intentes. El viejo nos advirtió que no nos metiéramos con ese tipo.”

“¿Qué demonios? ¿Qué tiene de especial?”

“Es solo un rumor, pero aparentemente tiene conexiones poderosas. Lo he visto hablar con Alan antes, e incluso hay rumores de que se asocia con Isana.”

“Espera. ¿No es ese él?”

Uno de los hombres giró la cabeza hacia Zig. Los dos compañeros también lo miraron y lo vieron sentado junto a Isana.

“¡¿De verdad están juntos?!”

“¡No hagas contacto visual, idiota! ¡Incluso con esas orejas puntiagudas, no debería poder escucharnos desde tan lejos!”

“¡Nuestro clan nos echará si terminamos en el lado equivocado de la Princesa Relámpago Blanco!”

Isana era toda una actriz. Hizo una gran demostración, cambiando su tono para coincidir con las emociones de los hombres. Estos rápidamente se dieron la vuelta y dejaron de mirar a Siasha.

“Eso es más o menos lo que puedo hacer,” dijo ella.

“Estoy impresionado. No solo tienes buen oído, sino que también puedes distinguir entre los sonidos.”

“Me tomó años de práctica llegar a ese punto,” presumió Isana.

Aunque no estaba entusiasmada con que le preguntaran sobre sus orejas, prácticamente se pavoneaba con elogio. Sin embargo, Zig pudo notar por la expresión en su rostro cuando repitió la frase “orejas puntiagudas” que probablemente era un término despectivo.

Tal vez ellos no lo habían dicho con esa intención, pero parecía que ella lo había tomado como un insulto.

“Aun así, Isana, parece que te tienen mucho miedo,” comentó Zig. “¿Qué les hiciste?”

“¡Disculpa!”, bufó ella. “¿De verdad crees que voy por ahí atacando a la gente porque sí? Tú solo fuiste una rara excepción.”

“Puede ser, pero ¿no fue esa una reacción un tanto extrema?”

“Eso es…” Isana desvió la mirada.

Su rostro mostraba que no se sentía incómoda por lo que había pasado, sino un verdadero arrepentimiento.

“Dejémoslo así,” dijo Zig. “Al menos eres útil para mantener a raya a los pequeños alborotadores.”

“Preferiría que no me usaras como un repelente viviente, gracias.”

Aunque no provocaba conflictos, la discriminación contra los extranjeros parecía ser igual en cualquier país. Las tensiones podrían ser incluso peores en este continente, porque las facciones no podían luchar abiertamente, lo que hacía que el odio se mantuviera latente.

“No piensas hacer nada al respecto, ¿verdad?”, preguntó Isana.

Zig supuso que se refería a la conversación de los hombres.

“Mi trabajo es solo protegerla,” dijo él. “Pueden tener un motivo oculto para invitarla a unirse a ellos, pero mientras no le hagan daño, la decisión es de ella. Si empiezan a convertirse en un problema… Bueno, entonces es otra historia.”

“Oh, ¿ella está interesada en unirse a un grupo?”

“No por ahora, pero en el futuro es difícil imaginar que podremos arreglárnoslas solo los dos. He estado pensando mucho en eso últimamente.”

Isana se movió incómoda en su asiento, dándose cuenta de que había tocado una de las preocupaciones de Zig.

“Sí, puedo ver cómo eso podría ser un inconveniente,” dijo ella, “unirse a un grupo con alguien que viene acompañado de un guardaespaldas.”

“Estaba pensando en seguirlos a distancia y entrar en acción si fuera necesario…” murmuró él.

“No lo hagas. Definitivamente serás denunciado a la guardia.”

“Tienes razón. ¿Alguna idea?”

Isana permaneció en silencio por unos momentos.

“Podrían intentar unirse como partidarios,” sugirió Isana.

“¿Qué significa eso?”, preguntó él.

La espadachina comenzó a explicar.

Normalmente, había dos tipos de grupos. El primer tipo eran personas que buscaban una asociación a largo plazo. Esta era la opción más común, con clanes formados por varios grupos de este tipo uniéndose. El otro tipo era temporal, formado por personas con un objetivo común en ese momento. Estos eran los partidarios.

Incluían grupos que necesitaban reemplazar a un compañero herido o requerían la ayuda temporal de un usuario de magia. La ventaja era que no había compromisos, y cualquier recompensa estaba claramente establecida para evitar disputas internas.

Sin embargo, solo funcionaba a corto plazo. Los partidarios a menudo no se guardaban nada en cuanto a sus capacidades y creencias, lo que podía llevar a conflictos de personalidad.

“Normalmente trabajo sola,” dijo Isana, “pero hay ocasiones en que colaboro con otros para perseguir un gran premio.”

Si alguien necesitaba a alguien rápidamente, había ventajas en formar equipo temporalmente con alguien como Isana.

“Es como la versión de mercenarios de los aventureros.”

Zig no sabía que existía un sistema así. Intentarlo podría no ser mala idea — de hecho, probablemente sería una buena oportunidad para practicar el trabajo en equipo.

“Eso es justo el tipo de consejo que esperaría de una aventurera veterana,” dijo él.

“¡Exacto!”, respondió ella, radiante. “Deberías mostrarme más respeto. No quiero alardear, pero soy una aventurera de segunda clase, y eso no es poca cosa.”

“Eso dicen. Aunque no tiene nada que ver conmigo.”

Fue entonces cuando vieron a Siasha acercándose hacia ellos.

“Hola, Isana,” saludó ella.

“Hola. Parece que salieron bien las cosas.”

La sonrisa de Siasha era amplia. “¡Uh-huh! Acabo de recibir una promoción a aventurera de octava clase.”

“Eso fue rápido,” comentó Isana. “Solo asegúrate de no subestimar a tus oponentes, incluso si estás subiendo de rango tan rápido. Aunque, claro, tienes algo de seguro, así que probablemente estarás bien.”

La espadachina miró a Zig. Él simplemente se encogió de hombros en silencio.

“Tendré cuidado,” respondió Siasha. “Ah, Zig, hablé con Alan. Nos invitó a comer juntos. Quiere pagarte tu recompensa y mencionó algo sobre que les prometiste que te dejaran invitarte a una bebida.”

“Ah, cierto. Eso.”

La arquera, Listy, había mencionado algo al respecto durante la solicitud de exterminio. Al parecer, era una mujer que cumplía su palabra.

Zig se levantó de su asiento.

“Creo que yo también me iré,” dijo Isana. “Cuídense.”

El borde de su túnica ondeó mientras se alejaba. Siasha notó que Zig parecía estar mirando las piernas de Isana mientras se iba.

“¿Es eso lo que prefieres, Zig?”, preguntó ella.

Zig negó con la cabeza. “Tomó un poco de tiempo por el atuendo, pero finalmente puedo sentir su forma de caminar. Tiene sorprendentemente largas piernas.”

“¿Su... caminar?”

“Así es. No hay garantía de que nunca volvamos a cruzar espadas.”

“¿Crees que nos traicionará?” Siasha estaba a punto de decirle a Zig que no pensaba que fuera el caso cuando él continuó hablando.

“Hay muchas razones más allá de romper tu palabra que podrían llevar a dos personas a luchar.”

Incluso si compartían bebidas, incluso si cargaba a alguien en su espalda a través del campo de batalla, eso no significaba que nunca levantaría su espada contra ellos.

“¿Eso me incluye a mí?”, preguntó Siasha.

Ya sabía la respuesta, pero sentía la necesidad de preguntarlo de todos modos. Ella había cambiado — eso debía contar para algo.

“Mi trabajo es protegerte.”

Típico de él, darle una respuesta que tampoco era una respuesta. Aun así, no podía evitar preguntarse... ¿cómo habría respondido el Zig del pasado?

Él también había cambiado.

Por ahora, saber sólo eso era suficiente.



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