Ningen Fushin Volumen 1 capítulo 3
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Ningen Fushin no Bōkensha-tachi ga Sekai o Sukū Yō Desu vol 1 Capítulo 3
Zem, el Sacerdote / Acusado falsamente de pedófilo / Playboy
La ciudad en la que vivía Zem, era famosa por su medicina. Al ser el puesto
fronterizo más cercano a la línea del frente durante la guerra contra los
demonios, la demanda de las artes curativas era alta, y los sacerdotes del dios
divino Medora se dedicaban a estudiar remedios tanto mágicos como herbarios en
sus santuarios. Zem era uno de esos sacerdotes.
“¡Padre Zem! ¡Recogí
algunas hierbas!”
Una adolescente
entró corriendo en la sala de curación de Zem, situada en el santuario.
“Oh, Myril. Gracias.
Aquí tienes tu recompensa.”
“¡Gracias!”
Zem le dio una
moneda de cobre y también unas palmaditas en la cabeza, y ella se retorció como
si le hiciera cosquillas. Zem era un hombre alto y Myril bajita para su edad.
Sólo les separaban unos diez años, pero cualquiera que los hubiera visto por
primera vez habría pensado que eran padre e hija.
“¿Hay algo más que
pueda hacer por ti? ¡Te ayudaré con la medicina!”, se ofreció Myril.
“No te preocupes;
puedo encargarme por mi cuenta”, respondió Zem, esquivando su ofrecimiento
mientras ella tiraba insistentemente de su uniforme.
Myril seguía siendo
una pequeña chica. Zem estaba a punto de crear un compuesto medicinal, que
requería consideraciones sanitarias y medidas precisas. Además, tenía que
trabajar con una flor venenosa. No podía permitir que alguien de su edad le
ayudara con ese tipo de trabajo.
“¿De verdad? Juro
que puedo hacerlo”, protestó Myril.
“Te enseñaré a
hacerlo cuando mejores un poco en matemáticas”, aseguró Zem.
“¡Oh, vamos, eso es
lo que siempre dices!”
“No te preocupes.
Eres una chica lista. Estudiar no te supondrá ningún problema si te esfuerzas.”
“No me trates como a
una niña... ¿Odia a las mujeres que son pésimas estudiando, padre Zem?”
Zem estaba
acostumbrado a tratar con niños. El santuario hacía las veces de orfanato, y
los niños mayores cuidaban de los más pequeños. Zem también era huérfano. Había
cuidado de muchos niños menores que él, y no iba a ceder ante Myril, por muy
hermosa que se hubiera vuelto. También había elegido vivir el resto de su vida
como sacerdote de Medora.
“Mi gusto personal
por las mujeres no importa. Debes trabajar duro para asegurarte una vida plena”,
respondió Zem.
“¡Tú también dices
siempre eso! Sé lo que quieres decir, pero soy una chica. Algún día me casaré,
así que no debería interferir en el trabajo de los hombres”, dijo Myril.
“Myril, eso es...”
“Si tanto te
preocupa mi futuro...”
Myril agarró una de
las muñecas de Zem y se puso de puntillas, frunciendo los labios para besarlo,
pero él la detuvo.
“Myril”, dijo Zem
con severidad.
Myril se preparó
para una reprimenda. “No me mires así”, respondió ella.
“Haah... Escúchame,
Myril. Soy sacerdote. No tengo intención de involucrarme sentimentalmente con
nadie.”
“¡Pero hay algunos
sacerdotes que están casados!”
“O ya estaban
casados cuando se hicieron sacerdotes o se casaron después de retirarse. No
puedes casarte mientras eres sacerdote, y no tengo planes de dejar mi función”,
dijo Zem con naturalidad.
“¿Así que dices que
seguirías las normas incluso si encontraras a alguien a quien amas?”
“A los sacerdotes no
se les permite enamorarse en primer lugar, así que esa situación nunca se
daría.”
“¡Mentiroso! ¡Nadie
se atiene a eso! ¡Todo el mundo se ve con una mujer en secreto menos tú!”
Myril lanzó la cesta
de hierbas a Zem y salió corriendo de la habitación.
“Oh cielos...”
Suspiró Zem para sí mismo. Las chicas eran difíciles de contentar a esa edad.
Zem era popular
entre las mujeres. Era alto y guapo, tenía el cabello castaño y brillante, y su
voz era suave y tranquilizadora. Era la encarnación de un joven sacerdote
ideal.
También se tomaba
muy en serio su trabajo. Era inflexiblemente estricto y no ahorraba dinero ni
aceptaba sobornos. Por eso era raro que las mujeres de su edad se interesaran
por él como candidato al matrimonio. Sin embargo, era adulado por miembros del
sexo opuesto que no tenían interés en el matrimonio, como mujeres mayores... y
chicas más jóvenes como Myril.
Zem siempre había
recibido ese afecto y estaba acostumbrado. Por eso, no se daba cuenta de los
celos y la mala voluntad que crecían hacia él en el santuario.
Myril se sintió
abatida mientras salía corriendo de la sala de curaciones. Ayudar a Zem no se
consideraba una tarea para las chicas del santuario; era un privilegio que les
daba la oportunidad de recibir cumplidos de él. Myril había utilizado todos los
métodos que se le habían ocurrido para tener esa oportunidad.
Se las había
arreglado para alcanzar la posición social más alta entre las chicas de su edad
mediante un proceso de amenazas e intimidación, y de vez en cuando apaciguando
y entablando amistad con otras. Después de mucho trabajo, por fin había
conseguido el privilegio de trabajar al lado de Zem, e intentaba disfrutarlo al
máximo. Si Zem lo deseaba, estaba dispuesta a ir más allá de los besos y
entregarle su cuerpo.
Pero Zem se había
mantenido fiel a sus principios de adulto y sacerdote. No sólo había evitado
sus acercamientos, sino que se negaba a darle a ella o a cualquier otra chica
del orfanato cualquier tipo de trato preferente. A Myril le parecía injusto.
Todas las chicas que le querían, incluida ella misma, se volvían locas con las
intrigas y los celos que surgían de sus esfuerzos por pasar tiempo con él. A
pesar de eso, Zem se limitaba a mantener sus ideales puros como si su sufrimiento
no tuviera nada que ver con él. Él no le daría la atención que merecía, por
mucho que ella se esforzara.
“Creo que estoy
empezando a odiar a Zem.”
Myril era una de las
chicas más bellas y maduras de su edad, y se hizo muy popular entre los chicos
del orfanato cuando cumplió catorce años. Incluso los adultos hacían lo que
ella les pedía después de seducirlos un poco. Excepto Zem, por supuesto.
Él era el único
hombre que no se convertiría en el suyo, y casualmente resultaba ser el más
guapo de la ciudad. Al principio, sólo sentía curiosidad por él, pero sus
sentimientos hacia él se hicieron reales en cuanto llegó a conocerlo. Hablaba
con amabilidad y trataba a todo el mundo con justicia. Era el hombre ideal.
Pero ese afecto
empezaba a convertirse en algo más. Cuanto más tiempo pasaba con Zem, más se
transformaba su deseo en angustia. Le atenazaba la idea de que ella nunca sería
tan buena persona como él, e incluso consideraba aterradora su falta de deseos
mundanos.
Pero Zem era un
hombre. Estaba segura que llegaría el día en que él realizaría acciones
inmorales y egoístas, al igual que ella. Myril esperaba con impaciencia ese día
mientras ella seguía esforzándose por seducirlo, y sus perversos sentimientos
de amor continuaban creciendo.
Cada vez que ellos
se encontraban, ella se examinaba a fondo en el espejo. Intentaba jugar con él
utilizando un lenguaje sugerente y siempre intentaba cogerle de la mano o
tropezar intencionadamente para poder aferrarse a él. A pesar de todos sus
esfuerzos, Zem seguía sin prestarle la atención que deseaba.
Si al final
resultaba incapaz de seducir a Zem, Myril tendría que aceptar una dura verdad
sobre sí misma — que no era una joven seductora irresistible, sino una
insignificante ninfómana.
“Dios, esto es una
mierda...”
Deseando estar sola,
Myril se dirigió al jardín trasero del santuario. No quería que nadie le viera
su rostro en ese momento. El jardín siempre estaba vacío porque la persona que
lo gestionaba era un vago sin remedio, lo que lo convertía en el lugar perfecto
para una conversación privada.
“... ¿Hablas en serio? ¿Ese Buen Dos-Zapatos[1] va a ser ascendido a sumo sacerdote?”
“El sumo sacerdote
está mal de la cabeza. ¿Por qué él le cae tan bien?”
“Si tan sólo
tuviéramos algo sucio de él con qué sabotearlo... Mierda.”
Myril se encontró
con un grupo de sacerdotes de nivel intermedio cuando llegó al jardín. Por su
conversación, se dio cuenta que también estaban celosos de Zem. Si ella hubiera
sido un poco más joven, se habría burlado de ellos por ser personas terribles.
Si hubiera sido un poco mayor, habría huido para evitar verse envuelta en
problemas. Sin embargo, estaba en esa edad peligrosa en la que un niño empieza
a perder la inocencia, pero conserva su sensación de omnipotencia.
“Oye, chicos”, dijo
ella.
“¡¿Qu-quién está
ahí?!”, reaccionó uno de los hombres.
Myril observó a los
nerviosos sacerdotes de nivel intermedio y se lamió los labios. “¿Pueden
contarme con más detalle de qué estaban hablando?”
Zem se estaba
dedicando a preparar medicinas y a tratar a los heridos, como de costumbre. Su
tratamiento era suave y sin errores — era muy hábil y recibía a muchos
pacientes que no sólo venían a contemplar su belleza. También ese día había
mucha gente haciendo cola en la puerta de la sala de tratamientos.
En ese momento,
estaba recetando medicinas a una madre y su hijo que habían cogido un
resfriado, y la madre se deshacía en elogios hacia él.
“Muchas gracias,
padre Zem. Es una gran ayuda tener cerca a una persona como usted”, le dijo.
“No hace falta que
me lo agradezcas. Simplemente hago mi trabajo”, respondió Zem.
“Oh, por cierto, he
oído algo sobre que te han ascendido a sumo sacerdote.”
Zem frunció el ceño.
También él había oído hablar de ese ascenso. Normalmente, los sacerdotes
alcanzaban el sumo sacerdocio cuando adquirían suficiente experiencia. Se
necesitaba mucho entrenamiento, que incluía peregrinar para recibir cartas de
recomendación de santuarios de diversas tierras, o dedicarse a un viaje de
servicio a la sociedad en el que se realizaban tareas como matar monstruos y
socorrer a los pobres. Zem tenía veintitantos años y aún no había realizado un
viaje de formación ni una peregrinación. El ascenso no tenía sentido, y le dejó
claro al sacerdote jefe que iba a rechazar la oferta.
“Eso no va a
suceder. Soy demasiado joven”, respondió Zem.
“Supongo que sí...
Aunque sé que todos los pacientes estaríamos agradecidos por ello.”
Zem forzó una
sonrisa e ignoró las palabras de la mujer. Un ascenso le haría destacar
demasiado e invitaría a la envidia de los demás. Pensando en ello, decidió que
no debía tomarse en serio sus elogios.
Por desgracia, ya
era demasiado tarde.
“¡Hazte a un lado!
¿Está Zem aquí?”
“¡¿Qu-qué está
pasando?!”, gritó un paciente.
Cinco de los compañeros sacerdotes de Zem de repente se abrieron paso entre
los pacientes. Los desconcertados pacientes se quedaron mirando a los
sacerdotes recién llegados y a Zem a su vez.
“¿Qué les pasa a
todos?”, preguntó Zem.
“¡Ja, es un
desvergonzado!”, gritó uno de los sacerdotes en respuesta.
Los cinco hombres
eran todos sacerdotes de nivel intermedio, al igual que Zem. Lo miraban como si
fuera un criminal.
“... Me disculpo,
pero no puedo hacer ningún comentario hasta que me digas por qué estás aquí”,
dijo él.
“¡¿Todavía finges
ignorancia?! No tienes derecho a llamarte sacerdote, ¡pecador depravado!”,
gritó otro sacerdote.
“Una
vez más, no entiendo de qué va esto.”
Esto no conduce a
ninguna parte, pensó Zem.
Aunque los pacientes
de alrededor intuían que algo no iba bien, ninguno de ellos dudaba de Zem. Sin
embargo, lo que dijo a continuación uno de los sacerdotes dejó perplejos a
todos.
“Eres sospechoso de
haber violado a una pequeña chica.”
“¡¿Qué?! Eso no
tiene sentido”, respondió Zem. Obviamente sabía que no había hecho tal cosa, e
incluso los pacientes pensaron que probablemente se trataba de un malentendido.
Los sacerdotes parecían deleitarse con su confusión.
“Si se niega a
confesar, no nos queda más remedio que sacar a la luz su crimen aquí mismo...
¡Tráiganla!”
Un sacerdote que
esperaba fuera de la sala hizo pasar a una chica. Tenía los ojos húmedos por el
llanto y el cabello revuelto — sin duda, parecía que habían abusado de ella.
“¡Myril! ¡¿Qué ha
pasado?! gritó Zem, poniéndose en pie de un salto por la sorpresa. Intentó ir
al lado de la chica, pero los sacerdotes se lo impidieron, y Myril gritó.
“¡Sí! Éste es el
hombre que me violó... ¡Confié en usted, padre Zem!”
“¿Qu-qué estás
diciendo, Myril?”, preguntó Zem.
“¡Ríndete de una
vez, pecador! Llévenselo”, gritó un sacerdote.
El niño que Zem había estado tratando se levantó y protestó. “¡E-el Padre
Zem ha estado tratando a la gente aquí todo el día!”
El niño no se dio
cuenta de lo imprudente que era. Los sacerdotes fulminaron al niño con la mirada.
“¡¿Pretendes desafiar la palabra de un sacerdote, mocoso?!”, bramó uno de
ellos.
“¡P-por favor,
basta! Mi hijo sólo bromeaba”, dijo la madre, tapándole la boca con una mano
antes de postrarse ante el sacerdote.
El sacerdocio era
una profesión sagrada. Los miembros de esta orden estaban por debajo de los
nobles y tenían muchas obligaciones, pero poseían una serie de privilegios de
los que carecían los ciudadanos comunes. Incluso su labor curativa y caritativa
la realizaban para Medora, y la gente no tenía derecho a interferir en sus
deberes. Si alguien se resistía, los sacerdotes tenían unas mazas para hacerles
cambiar de opinión.
“¡Por favor, no
lastimen a nadie!”, gritó Zem. Los sacerdotes de nivel intermedio se rieron
burlonamente.
“Si no quieres que
esta situación se agrave, te recomiendo que te comportes y nos sigas.”
“¡Grk...!”
Era evidente lo antinatural de los acontecimientos que condujeron al
arresto de Zem. Naturalmente, los ciudadanos que estaban en deuda con él y las
mujeres que sentían algo por él protestaron.
La narrativa cambió
cuando salió a la luz un nuevo descubrimiento. Se encontró veneno en los
estantes de la sala de tratamiento de Zem. Había veneno utilizado para la
parálisis, veneno para hacer que el objetivo se sintiera fatigado, e incluso
veneno que causaba excitación y se usaba como afrodisíaco. El afrodisíaco era
el mayor problema, y la botella medio vacía era la prueba de que se había
utilizado. Peor aún, se presentaron pacientes que habían visto a Zem recoger
hierba venenosa utilizada como ingrediente para el afrodisíaco.
La línea que
separaba la medicina del veneno era delgada como el papel. Zem había analizado
minuciosamente muchos textos y era un experto en su arte. A menudo utilizaba
hierba venenosa como ingrediente, y crear compuestos que contuvieran veneno era
pan comido para él. También era posible que un sacerdote hubiera plantado el
veneno en la sala de tratamientos de Zem mientras fingía inspeccionarla; habría
sido una tarea fácil.
Sin embargo, muy
pocos ciudadanos entendían nada de eso. Como mínimo, los pacientes que vivían
en la pobreza y ni siquiera sabían leer, eran incapaces de darse cuenta del
engaño.
Mientras tanto, los
sacerdotes con algún conocimiento de medicina guardaban silencio para evitar
que la atención recayera sobre ellos. Otros se regodeaban porque un rival había
sido eliminado.
Transcurrieron tres
meses.
Después de tres meses de encarcelamiento, Zem fue excomulgado del santuario
y expulsado de la ciudad por la puerta trasera.
Hubo un par de
razones para explicar la prolongada duración de su encarcelamiento. El
santuario esperó a que se disiparan las sospechas y la ira por su falsa
acusación para desterrarlo una vez que el escándalo se hubiera aceptado como
verdad. De este modo, evitaron atraer la ira. Los sacerdotes también
difundieron diversos rumores para reforzar la credibilidad del escándalo, y el
grado en que se propagaron entre la población hambrienta de información, les
sorprendió incluso a ellos.
La otra razón del
largo encarcelamiento, era igual de importante.
“¿Es Zem? Qué
desgraciado.”
“Parece que los
rumores eran ciertos...”
Aquello, fue
despojar a Zem de su buen aspecto que le había hecho tan popular. Tenía las
mejillas hundidas, los ojos hundidos y la ropa sucia y maltrecha. Aún seguía
siendo mucho más guapo que el promedio, pero tenía un aspecto lo
suficientemente demacrado como para desilusionar a quienes le querían por su
aspecto.
“... Eso te lo hiciste
tú mismo, Zem”, murmuró Myril con rabia, mientras lo observaba desde lejos. Zem
tenía la culpa por no aceptar su amor. Debería haberle dado lo que ella quería.
Se lo repetía una y otra vez, ahogando cualquier sentimiento de culpa naciente
en un vicio obstinado.
Todas las chicas del
orfanato dudaban de Myril, pero ella se había hecho la víctima perfecta y los
sacerdotes la creían. Nadie pudo afirmar que mintiera en su confesión. Zem no
fue visto ni se supo de él en público ni una sola vez entre su encarcelamiento
y su destierro.
Al final, Zem fue
desterrado porque los que tenían el poder en el santuario decidieron que era
culpable. Así de simple. Incluso si alguien hubiera podido argumentar la
supresión y las maniobras entre bastidores que llevaron a esa decisión, no
habría podido plantear una objeción pública.
Después de su
destierro, se extendieron especulaciones de que él debía de estar metido en
algún asunto turbio en secreto. En lugar de vivir con la culpa y el miedo de
haber abandonado a una persona falsamente acusada y que hubiese una chica capaz
de arruinar la vida de un hombre con mentiras, a la gente del pueblo le resultó
mucho más fácil aceptar la historia de que el malvado Zem tenía lo que se
merecía.
“¡Piérdete,
pervertido!”
“¡Fuimos tontos al
confiar en ti!”
El pueblo que
recibió protección del santuario exilió a Zem. Traición, falsas acusaciones,
insultos y violencia — éstas fueron las injusticias que lo arruinaron y
llevaron al pueblo a abuchearlo y apedrearlo.
Pero tal vez, éste
fuera sólo el verdadero comienzo de la vida de Zem.
Zem murmuró para sí mismo mientras caminaba solo por la autopista. “¿Por
qué tuvo que pasar esto?” Llevaba repitiéndose esas palabras desde que fue
arruinado por sus compañeros sacerdotes y Myril. Nadie había respondido a su
pregunta.
Fue interrogado dos o tres días después de su detención y después le dejaron casi completamente solo durante su encarcelamiento de tres meses. Puede que los guardias tuvieran prohibido hablar con él, porque ellos tampoco respondieron a ninguna de sus preguntas. La palabra ¿Por qué? daba vueltas sin cesar en su mente.
Los solitarios tres meses en prisión desgastaron la mente de Zem, e incluso
alteraron su rostro. Cuando fue liberado, todo el mundo se volvió contra él al
ver cómo había cambiado su aspecto. Esa fue la primera vez que se dio cuenta de
lo mucho que se había beneficiado de su aspecto.
Pero en este punto,
el alma de Zem aún no había sido corrompida. Que sintiera vergüenza por no ser
consciente de las ventajas de sus atractivos rasgos, era prueba de ello. Aún
tenía la esperanza de poder volver al santuario algún día y limpiar su nombre.
Aunque abandonó esa
esperanza después de un incidente que ocurrió cuando se aventuró en un pueblo
de postas, que servía como sede de la oficina de correos local, tras su
destierro.
“¡Bienvenido a mi
posada, padre! ¿Está usted en algún tipo de peregrinación?”
“... Sí, algo así.”
En un pueblo de
postas que estaba a una semana de camino a pie de su ciudad natal, conoció a
una mujer llamada Velkia. Era propietaria de una posada, viuda de unos treinta
años. No tenía hijos y dirigía la posada mientras cuidaba de sus padres.
Sus huéspedes consistían
únicamente en aventureros. Este pueblo estaba justo en el camino que conecta
Teran, la Ciudad del Laberinto, con la frontera nacional, lo que lo convertía
en un lugar animado con mucho tráfico de carruajes tirados por caballos y
dragones. La posada de Velkia atendía a los aventureros de paso, y cuidar de
los que tenían menos experiencia era parte de su trabajo.
Velkia solía
aventurarse como guerrera. Aprovechó el matrimonio para abrir una posada. Era
grande y fuerte para ser mujer, y aunque era una persona afectuosa, estaba
perfectamente dispuesta a dar una buena patada en el trasero a cualquier
cliente que se portara mal. No tenía ningún problema en dirigir la posada ella
sola.
Últimamente, sin
embargo, tenía dolores de espalda y se preguntaba si debería disminuir la
actividad de su negocio. De momento no tenía muchos clientes porque acababa de
terminar el invierno, pero la posada no tardaría en llenarse, y así seguiría
durante el verano. Estaba pensando en contratar empleados o en reducir la
cantidad de trabajo a realizar.
Fue en ese momento
cuando llegó Zem. Notó su dolor de espalda y le dijo: “¿Quieres que te lo cure?”.
A diferencia de las pequeñas heridas, curar un problema crónico como el dolor
de espalda requería una buena dosis de habilidad. Velkia pensó que no le haría
daño intentarlo y aceptó dubitativa su oferta.
Su rostro se iluminó
cuando Zem usó el hechizo curativo. El dolor desapareció de su cuerpo como si
nunca hubiera estado allí. Zem era un sanador con talento, e incluso los
tratamientos que requerían cierta habilidad eran un paseo para él.
“¡Oh Dios mío!
¿Cuántos meses hacía que no me sentía tan cómoda?”, exclamó Velkia.
“Tu dolor de espalda
disminuirá si cuidas tu postura al levantar objetos pesados y al irte a dormir.
Por favor, cuídate”, dijo Zem.
“Oh, espera. Tengo
que recompensarte por darme un trato tan maravilloso...”
Zem la interrumpió
sacudiendo la cabeza. “Por favor, no te preocupes por pagarme.”
“Ah... ¿No usas tu
talento para ganar dinero?”, preguntó Velkia.
“No es que no me
interese el dinero. Simplemente me alegra que una persona maravillosa como tú
me dé las gracias”, explicó él.
Zem ya había sido
recompensado lo suficiente. No le había contado nada sobre su origen, pero
hacía mucho tiempo que no hablaba con alguien que no le ignorara, insultara o
menospreciara. El simple hecho de poder hablar con ella normalmente le
satisfacía. Por eso la consideraba una persona maravillosa.
Velkia, sin embargo,
se hizo una idea equivocada.
“Vaya... Pero ¿acaso no eres sacerdote? ¿Estás seguro que estás de acuerdo
con esto?”, preguntó Velkia.
Zem también
malinterpretó sus palabras. Recoger limosnas después de realizar un tratamiento
era parte del trabajo de un sacerdote. Dijeran lo que dijeran, los sacerdotes
no podían vivir sin ingresos. Estaba prohibido por el santuario realizar
tratamientos gratis en tiempos de paz. Pero Zem ya no era un sacerdote y no tenía
que atenerse a esas reglas.
Velkia pensó que
estaba pidiendo otro tipo de recompensa. Zem no se dio cuenta cuando ella le
insinuó burlonamente que era un sacerdote travieso por intentar seducir a una
mujer que acababa de conocer.
“Soy un ex
sacerdote. Es... una larga historia, pero dejé esa vida”, dijo Zem.
“Ya veo”. Velkia
estaba convencida que decía la verdad. Ahora que lo pensaba, no llevaba el
colgante que los sacerdotes llevaban alrededor del cuello. Eso probablemente
significaba que no estaba afiliado a ninguna congregación. Una noche de
diversión no sería ningún problema.
Velkia no recibía
muchos invitados como Zem. Su clientela habitual eran aventureros rudos. Sabía
que la gente la veía varonil y brusca. Era su naturaleza, y no pensaba cambiar.
Los únicos hombres que se le insinuaban eran aventureros seguros de sí mismos —por
lo general demasiado seguros— en su propia masculinidad.
Por eso, era la
primera vez que la cortejaba un caballero amable como Zem, que sabía curación.
No habría sido su tipo si hubiera sido distante e ingenuo como muchos clérigos,
pero quedó prendada de la sombra no sacerdotal que cubría su rostro.
Zem perdió su
castidad aquella noche.
“Deberías ir a Ciudad Laberinto y convertirte en aventurero”.
Fue a la mañana siguiente. Velkia le dijo eso a Zem poco después de
despertarse.
“También podrías
ganar mucho dinero en esta ciudad de postas, con ese talento tuyo para curar.
Pero sabes que lo mejor para ti sería irte de aquí, ¿no?”
“Yo... Sí.”
Al final, Zem fue
dominado por Velkia y obligado a conocer el cuerpo de una mujer por primera
vez. A pesar de sus recelos, era un hombre joven y terminó disfrutándolo. Si no
hubiera sido por lo bien que se lo pasó aquella noche, probablemente no habría
tardado en morir o en ahorcarse.
Zem se habría
sentido atormentado por la culpa si aún hubiera sido sacerdote, pero era muy
consciente de que no era más que un ex sacerdote sin un lugar en el mundo. Estaba
dispuesto a permitirse el placer de entregarse al cuerpo de una mujer.
Cuando un hombre
pasa su primera noche con una mujer, las palabras fluyen de él tan fácilmente
como el vino de una botella rota. Antes de darse cuenta, le estaba contando a
Velkia todo lo que le había pasado. No se detuvo en las falsas acusaciones.
También le dijo que quería limpiar su nombre y volver a ser un sacerdote de
confianza, aunque se daba cuenta de lo difícil que sería. Aunque sabía que
debía perdonar a los sacerdotes y a Myril por su fechoría y reflexionar sobre
sus propios actos, en realidad los odiaba tanto que quería matarlos; estaba
profundamente resentido con la gente inocente de su ciudad natal; había perdido
todo deseo de vivir. Dejó al descubierto pensamientos de los que ni siquiera
era consciente en su corazón.
Velkia sintió alivio
e inquietud a la vez mientras escuchaba. Se sintió aliviada porque si no
hubiera abrazado a Zem aquella noche, probablemente habría muerto de
desesperación a un lado de la carretera. Fue traicionado y herido por personas
en las que confiaba, pero aun así no abandonó su convicción de curar a otras
personas, y por eso trató el dolor de espalda de una propietaria a la que nunca
había conocido. La idea que una persona tan buena muriera era insoportable.
Se sentía incómoda
porque no creía que fuera capaz de salvarle el corazón por completo. Velkia
tendía a ser abierta con el sexo. No se acostaba con frecuencia con hombres de
paso como Zem, pero tampoco era raro. También se encargó de muchos hombres que
tropezaban en su posada. Atarse a Zem, sin embargo, no conduciría a un buen
futuro para ninguno de los dos. Puede que pasaran una noche agradable juntos,
pero una relación a largo plazo estaba condenada al fracaso.
Velkia sabía que no
sería capaz de serle fiel. Algún día acabaría por lastimarlo. También era
difícil imaginar a Zem resignándose a una vida de dejadez mientras una mujer
cuidaba de él. Dicho sin rodeos, Zem era demasiado para ella.
“Quiero que hagas
amigos, te enamores de una mujer, te diviertas y explores el mundo que aún no
has visto. Yo también viví muchas aventuras cuando era joven. Por eso deberías
ir a Ciudad Laberinto”, dijo Velkia.
Para ella no era
difícil llegar a esa conclusión. Trabajar como aventurero era lo mejor para
gente con problemas complicados como Zem.
“Pero... necesito
recompensarte. Si no es por ti, yo...”, Zem dejó de hablar.
“Estamos a mano. Me
trataste gratis, ¿recuerdas? Ah, cierto. Tengo algunos objetos que te serán
útiles.”
Velkia le entregó a
Zem un paquete de mercancías.
“Estos son...”
Era una vieja
sotana, un libro sagrado de segunda mano y una maza. La sotana no tenía
manchas, y aunque las páginas del libro estaban amarillas, la encuadernación
estaba en buen estado. La maza estaba oxidada aquí y allá, pero sería más que
utilizable con un poco de pulido.
“Muchos sacerdotes
trabajan como aventureros como parte de su formación, pero también hay algunos
que se convierten en aventureros tras renunciar al sacerdocio o dejarlo después
de violar sus preceptos. Las tengo porque algún idiota las dejó para pagar sus
gastos de alojamiento... Deberías usarlas”, explicó la mujer.
“¡Y-yo no puedo
aceptar todo esto...!” protestó Zem, pero Velkia le detuvo. Le entregó a la
fuerza los objetos con la prepotencia de una propietaria y sonrió.
“Es
hora de que te vayas. Se supone que los hombres deben vivir la vida mirando
hacia adelante.”
Zem salió de la posada y llegó a Ciudad Laberinto. Era el asentamiento más
próspero y bullicioso que había visto nunca. Había mercaderes y aventureros,
magos eruditos talentosos, payasos con llamativos maquillajes que actuaban en
carpas de circo y sacerdotes. La población era mayoritariamente humana, pero no
faltaban elfos, enanos e incluso bestias. Era un vertiginoso crisol de razas y
ocupaciones.
“Debería buscar una
posada primero...”
Zem tenía dinero de
sobra. Utilizaba su magia curativa y sus conocimientos de medicina para
mantenerse en el camino desde la posada de Velkia hasta Ciudad Laberinto.
Comprendió que realizar tratamientos gratuitos atraería sospechas indebidas
sobre él y posiblemente le traería problemas. Cobraba algo menos que el valor
de mercado cuando curaba a los enfermos y heridos, y luego ahorraba las
ganancias. Incluso con los precios más bajos, ganaba más que suficiente porque
no necesitaba ofrecer un pago al santuario. Aquellos que podían combatir las
heridas y las enfermedades eran valorados en cualquier época.
“Apuesto a que la
vida nocturna aquí es muy buena... Debería salir bajo la lluvia y divertirme un
poco.”
Zem sonrió
ampliamente a un lado de la carretera bajo la lluvia torrencial. Se había
familiarizado con un pasatiempo desagradable desde que dejó la posada de Velkia
— ser mujeriego. Bebía alcohol en clubes de alterne que empleaban mujeres
hermosas y, si había una que le gustara, la seducía y se acostaba con ella.
Era un estilo de
vida que Zem nunca habría imaginado cuando era sacerdote. Ahora que su vida
había resultado así, pensó con desafío que bien podía disfrutarla al máximo. Ya
no dudaba en absoluto a la hora de ganar dinero con su magia curativa. Había
entregado su castidad a Velkia, y su sentimiento de culpa por gastar dinero en
mujeres había desaparecido. Zem se había convertido en un ejemplo de libro de
texto de un sacerdote excomulgado que se entregaba a deseos que en su día
estuvieron prohibidos.
Lo único que
permaneció profundamente arraigado fue el miedo a las chicas más jóvenes. Sólo
ver a una ante él, le recordaba a Myril y le hacía temblar las manos. Las
evitaba mientras seguía disfrutando de la vida nocturna de la ciudad.
Pero aún no estaba
acostumbrado a este estilo de vida. La vida nocturna era algo a lo que había
que acostumbrarse. Había disfrutado mucho desde que llegó a la ciudad e incluso
había encontrado algunos restaurantes favoritos. Con el tiempo, sin embargo, se
dio cuenta de lo mucho que la vida nocturna había consumido su billetera. Los
clubes de alterne de Ciudad Laberinto eran todos caros.
“... Necesito
centrarme pronto en el trabajo.”
En este país, a los
ex sacerdotes que no estaban afiliados a ningún santuario o las personas que
estudiaban magia curativa por su cuenta no se les permitía abrir un hospital o
un centro de tratamiento. Se les permitía montar un puesto al aire libre y
tratar a las personas de esa manera, pero esas operaciones se consideraban
menos confiables que los centros de tratamiento oficiales, lo que dificultaba
conseguir clientes que pagaran bien y llevar un negocio próspero. Utilizar la
magia curativa para ganar dinero en la carretera no era difícil, pero dentro de
una ciudad había mucha más competencia.
Por esa razón, Zem
siguió el consejo de Velkia y decidió convertirse en aventurero. Llegó a un
gremio de aventureros llamado Novatos. Una mujer de un club de alterne le dijo
que la mayoría de la gente que esperaba convertirse en aventureros en Ciudad
Laberinto empezaba allí.
“... Por eso
necesitas formar un grupo para convertirte en aventurero”, le dijo la
recepcionista.
“Oh, ¿de verdad...?”
respondió Zem. No tenía ni idea de la profesión, así que hizo lo que le dijo la
recepcionista y se acercó a los aventureros que buscaban miembros para un
grupo.
Por desgracia, nadie
invitó a Zem a su grupo. Terminó trasnochando en un club de alterne la noche
anterior y durmió muy poco en la posada barata que encontró. Aún parecía
ligeramente embriagado y olía a maquillaje de mujer, lo que hacía evidente para
cualquiera que había pasado la noche en un establecimiento de ese tipo. Eso,
unido a su atuendo de sacerdote, le hacía parecer muy sospechoso.
Las miradas
desconfiadas de los aventureros de toda la sala le trajeron terribles
recuerdos. Sus ojos eran iguales a los de la gente de su ciudad natal cuando
fue desterrado. “Puede que trabajar como aventurero no sea para mí”. Suspiró
Zem para sí mismo. La búsqueda de miembros para un grupo no le llevó a ninguna
parte. Era un círculo vicioso de rechazo.
Zem se vio obligado
a marcharse cuando Novato cerró. Ya fuera o no capaz de encontrar un grupo,
todos los del gremio se agolparon en un bar vecino. Zem fue incapaz de
resistirse al flujo de personas y fue a parar también al bar. Tenía un hambre
indudable; no había comido nada desde la noche anterior.
Lamentablemente, la
comida del bar era sencilla; incluso peor que las comidas que les servían en el
santuario. Su melancolía por la comida se vio amplificada por el ambiente que
le rodeaba. Los tres aventureros sentados a su mesa parecían tan deprimidos
como él. El contraste entre su mesa y el resto del bar no podía ser mayor;
parecían estar en una oscura celda de prisión, mientras que el resto de los
clientes sonreían y se divertían.
“Soy sacerdote. ¡Me
encargaré de la curación!”
“¡Suena genial! ¡Soy
un guerrero que usa un hacha! Maté a cien kobolds en mi tierra.”
“¡Desde hoy somos un
grupo— no, una familia! ¡Encantado de conocerlos a todos!”
Familia. El temperamento de Zem se encendió con esa palabra. Todos los que
se criaron en el santuario deberían considerarse familia. Tanto si habían
perdido a sus verdaderos padres como si habían sido abandonados por ellos, los
niños criados bajo la protección divina de Medora deberían haber sido como
hermanos y hermanas. Los sacerdotes que dirigían el santuario deberían haber
sido como padres y madres.
Zem
fue traicionado por esa familia. La alegría simple e idílica que se oía en las
voces de los aventureros era más de lo que podía soportar.
Quién necesita una familia de todos modos. Es todo tan estúpido. Al final sólo te traicionarán.
““““¡Nunca más volveré a confiar en nadie!””””
Notas
- Nota: Un buen dos zapatos es alguien que es visto como empalagosamente virtuoso, moralista o mojigato. Este término proviene de un libro para niños, The Story of Little Goody Two-Shoes. ↩