0
Home  ›  Chapter  ›  Ningen Fushin

Ningen Fushin Volumen 1 capítulo 3

"Lee Ningen Fushin volumen 1 capítulo 3 en español"

 Ningen Fushin no Bōkensha-tachi ga Sekai o Sukū Yō Desu vol 1 Capítulo 3


Esperaaa...!!
Ningen Fushin no Bōkensha-tachi ga Sekai o Sukū Yō Desu

 Zem, el Sacerdote / Acusado falsamente de pedófilo / Playboy


La ciudad en la que vivía Zem, era famosa por su medicina. Al ser el puesto fronterizo más cercano a la línea del frente durante la guerra contra los demonios, la demanda de las artes curativas era alta, y los sacerdotes del dios divino Medora se dedicaban a estudiar remedios tanto mágicos como herbarios en sus santuarios. Zem era uno de esos sacerdotes.

“¡Padre Zem! ¡Recogí algunas hierbas!”

Una adolescente entró corriendo en la sala de curación de Zem, situada en el santuario.

“Oh, Myril. Gracias. Aquí tienes tu recompensa.”

“¡Gracias!”

Zem le dio una moneda de cobre y también unas palmaditas en la cabeza, y ella se retorció como si le hiciera cosquillas. Zem era un hombre alto y Myril bajita para su edad. Sólo les separaban unos diez años, pero cualquiera que los hubiera visto por primera vez habría pensado que eran padre e hija.

“¿Hay algo más que pueda hacer por ti? ¡Te ayudaré con la medicina!”, se ofreció Myril.

“No te preocupes; puedo encargarme por mi cuenta”, respondió Zem, esquivando su ofrecimiento mientras ella tiraba insistentemente de su uniforme.

Myril seguía siendo una pequeña chica. Zem estaba a punto de crear un compuesto medicinal, que requería consideraciones sanitarias y medidas precisas. Además, tenía que trabajar con una flor venenosa. No podía permitir que alguien de su edad le ayudara con ese tipo de trabajo.

“¿De verdad? Juro que puedo hacerlo”, protestó Myril.

“Te enseñaré a hacerlo cuando mejores un poco en matemáticas”, aseguró Zem.

“¡Oh, vamos, eso es lo que siempre dices!”

“No te preocupes. Eres una chica lista. Estudiar no te supondrá ningún problema si te esfuerzas.”

“No me trates como a una niña... ¿Odia a las mujeres que son pésimas estudiando, padre Zem?”

Zem estaba acostumbrado a tratar con niños. El santuario hacía las veces de orfanato, y los niños mayores cuidaban de los más pequeños. Zem también era huérfano. Había cuidado de muchos niños menores que él, y no iba a ceder ante Myril, por muy hermosa que se hubiera vuelto. También había elegido vivir el resto de su vida como sacerdote de Medora.

“Mi gusto personal por las mujeres no importa. Debes trabajar duro para asegurarte una vida plena”, respondió Zem.

“¡Tú también dices siempre eso! Sé lo que quieres decir, pero soy una chica. Algún día me casaré, así que no debería interferir en el trabajo de los hombres”, dijo Myril.

“Myril, eso es...”

“Si tanto te preocupa mi futuro...”

Myril agarró una de las muñecas de Zem y se puso de puntillas, frunciendo los labios para besarlo, pero él la detuvo.

“Myril”, dijo Zem con severidad.

Myril se preparó para una reprimenda. “No me mires así”, respondió ella.

“Haah... Escúchame, Myril. Soy sacerdote. No tengo intención de involucrarme sentimentalmente con nadie.”

“¡Pero hay algunos sacerdotes que están casados!”

“O ya estaban casados cuando se hicieron sacerdotes o se casaron después de retirarse. No puedes casarte mientras eres sacerdote, y no tengo planes de dejar mi función”, dijo Zem con naturalidad.

“¿Así que dices que seguirías las normas incluso si encontraras a alguien a quien amas?”

“A los sacerdotes no se les permite enamorarse en primer lugar, así que esa situación nunca se daría.”

“¡Mentiroso! ¡Nadie se atiene a eso! ¡Todo el mundo se ve con una mujer en secreto menos tú!”

Myril lanzó la cesta de hierbas a Zem y salió corriendo de la habitación.

“Oh cielos...” Suspiró Zem para sí mismo. Las chicas eran difíciles de contentar a esa edad.

Zem era popular entre las mujeres. Era alto y guapo, tenía el cabello castaño y brillante, y su voz era suave y tranquilizadora. Era la encarnación de un joven sacerdote ideal.

También se tomaba muy en serio su trabajo. Era inflexiblemente estricto y no ahorraba dinero ni aceptaba sobornos. Por eso era raro que las mujeres de su edad se interesaran por él como candidato al matrimonio. Sin embargo, era adulado por miembros del sexo opuesto que no tenían interés en el matrimonio, como mujeres mayores... y chicas más jóvenes como Myril.

Zem siempre había recibido ese afecto y estaba acostumbrado. Por eso, no se daba cuenta de los celos y la mala voluntad que crecían hacia él en el santuario.

 

Myril se sintió abatida mientras salía corriendo de la sala de curaciones. Ayudar a Zem no se consideraba una tarea para las chicas del santuario; era un privilegio que les daba la oportunidad de recibir cumplidos de él. Myril había utilizado todos los métodos que se le habían ocurrido para tener esa oportunidad.

Se las había arreglado para alcanzar la posición social más alta entre las chicas de su edad mediante un proceso de amenazas e intimidación, y de vez en cuando apaciguando y entablando amistad con otras. Después de mucho trabajo, por fin había conseguido el privilegio de trabajar al lado de Zem, e intentaba disfrutarlo al máximo. Si Zem lo deseaba, estaba dispuesta a ir más allá de los besos y entregarle su cuerpo.

Pero Zem se había mantenido fiel a sus principios de adulto y sacerdote. No sólo había evitado sus acercamientos, sino que se negaba a darle a ella o a cualquier otra chica del orfanato cualquier tipo de trato preferente. A Myril le parecía injusto. Todas las chicas que le querían, incluida ella misma, se volvían locas con las intrigas y los celos que surgían de sus esfuerzos por pasar tiempo con él. A pesar de eso, Zem se limitaba a mantener sus ideales puros como si su sufrimiento no tuviera nada que ver con él. Él no le daría la atención que merecía, por mucho que ella se esforzara.

“Creo que estoy empezando a odiar a Zem.”

Myril era una de las chicas más bellas y maduras de su edad, y se hizo muy popular entre los chicos del orfanato cuando cumplió catorce años. Incluso los adultos hacían lo que ella les pedía después de seducirlos un poco. Excepto Zem, por supuesto.

Él era el único hombre que no se convertiría en el suyo, y casualmente resultaba ser el más guapo de la ciudad. Al principio, sólo sentía curiosidad por él, pero sus sentimientos hacia él se hicieron reales en cuanto llegó a conocerlo. Hablaba con amabilidad y trataba a todo el mundo con justicia. Era el hombre ideal.

Pero ese afecto empezaba a convertirse en algo más. Cuanto más tiempo pasaba con Zem, más se transformaba su deseo en angustia. Le atenazaba la idea de que ella nunca sería tan buena persona como él, e incluso consideraba aterradora su falta de deseos mundanos.

Pero Zem era un hombre. Estaba segura que llegaría el día en que él realizaría acciones inmorales y egoístas, al igual que ella. Myril esperaba con impaciencia ese día mientras ella seguía esforzándose por seducirlo, y sus perversos sentimientos de amor continuaban creciendo.

Cada vez que ellos se encontraban, ella se examinaba a fondo en el espejo. Intentaba jugar con él utilizando un lenguaje sugerente y siempre intentaba cogerle de la mano o tropezar intencionadamente para poder aferrarse a él. A pesar de todos sus esfuerzos, Zem seguía sin prestarle la atención que deseaba.

Si al final resultaba incapaz de seducir a Zem, Myril tendría que aceptar una dura verdad sobre sí misma — que no era una joven seductora irresistible, sino una insignificante ninfómana.

“Dios, esto es una mierda...”

Deseando estar sola, Myril se dirigió al jardín trasero del santuario. No quería que nadie le viera su rostro en ese momento. El jardín siempre estaba vacío porque la persona que lo gestionaba era un vago sin remedio, lo que lo convertía en el lugar perfecto para una conversación privada.

“... ¿Hablas en serio? ¿Ese Buen Dos-Zapatos[1] va a ser ascendido a sumo sacerdote?”

“El sumo sacerdote está mal de la cabeza. ¿Por qué él le cae tan bien?”

“Si tan sólo tuviéramos algo sucio de él con qué sabotearlo... Mierda.”

Myril se encontró con un grupo de sacerdotes de nivel intermedio cuando llegó al jardín. Por su conversación, se dio cuenta que también estaban celosos de Zem. Si ella hubiera sido un poco más joven, se habría burlado de ellos por ser personas terribles. Si hubiera sido un poco mayor, habría huido para evitar verse envuelta en problemas. Sin embargo, estaba en esa edad peligrosa en la que un niño empieza a perder la inocencia, pero conserva su sensación de omnipotencia.

“Oye, chicos”, dijo ella.

“¡¿Qu-quién está ahí?!”, reaccionó uno de los hombres.

Myril observó a los nerviosos sacerdotes de nivel intermedio y se lamió los labios. “¿Pueden contarme con más detalle de qué estaban hablando?”

 

Zem se estaba dedicando a preparar medicinas y a tratar a los heridos, como de costumbre. Su tratamiento era suave y sin errores — era muy hábil y recibía a muchos pacientes que no sólo venían a contemplar su belleza. También ese día había mucha gente haciendo cola en la puerta de la sala de tratamientos.

En ese momento, estaba recetando medicinas a una madre y su hijo que habían cogido un resfriado, y la madre se deshacía en elogios hacia él.

“Muchas gracias, padre Zem. Es una gran ayuda tener cerca a una persona como usted”, le dijo.

“No hace falta que me lo agradezcas. Simplemente hago mi trabajo”, respondió Zem.

“Oh, por cierto, he oído algo sobre que te han ascendido a sumo sacerdote.”

Zem frunció el ceño. También él había oído hablar de ese ascenso. Normalmente, los sacerdotes alcanzaban el sumo sacerdocio cuando adquirían suficiente experiencia. Se necesitaba mucho entrenamiento, que incluía peregrinar para recibir cartas de recomendación de santuarios de diversas tierras, o dedicarse a un viaje de servicio a la sociedad en el que se realizaban tareas como matar monstruos y socorrer a los pobres. Zem tenía veintitantos años y aún no había realizado un viaje de formación ni una peregrinación. El ascenso no tenía sentido, y le dejó claro al sacerdote jefe que iba a rechazar la oferta.

“Eso no va a suceder. Soy demasiado joven”, respondió Zem.

“Supongo que sí... Aunque sé que todos los pacientes estaríamos agradecidos por ello.”

Zem forzó una sonrisa e ignoró las palabras de la mujer. Un ascenso le haría destacar demasiado e invitaría a la envidia de los demás. Pensando en ello, decidió que no debía tomarse en serio sus elogios.

Por desgracia, ya era demasiado tarde.

“¡Hazte a un lado! ¿Está Zem aquí?”

“¡¿Qu-qué está pasando?!”, gritó un paciente.

Cinco de los compañeros sacerdotes de Zem de repente se abrieron paso entre los pacientes. Los desconcertados pacientes se quedaron mirando a los sacerdotes recién llegados y a Zem a su vez.

“¿Qué les pasa a todos?”, preguntó Zem.

“¡Ja, es un desvergonzado!”, gritó uno de los sacerdotes en respuesta.

Los cinco hombres eran todos sacerdotes de nivel intermedio, al igual que Zem. Lo miraban como si fuera un criminal.

“... Me disculpo, pero no puedo hacer ningún comentario hasta que me digas por qué estás aquí”, dijo él.

“¡¿Todavía finges ignorancia?! No tienes derecho a llamarte sacerdote, ¡pecador depravado!”, gritó otro sacerdote.

“Una vez más, no entiendo de qué va esto.”

Esto no conduce a ninguna parte, pensó Zem.

Aunque los pacientes de alrededor intuían que algo no iba bien, ninguno de ellos dudaba de Zem. Sin embargo, lo que dijo a continuación uno de los sacerdotes dejó perplejos a todos.

“Eres sospechoso de haber violado a una pequeña chica.”

“¡¿Qué?! Eso no tiene sentido”, respondió Zem. Obviamente sabía que no había hecho tal cosa, e incluso los pacientes pensaron que probablemente se trataba de un malentendido. Los sacerdotes parecían deleitarse con su confusión.

“Si se niega a confesar, no nos queda más remedio que sacar a la luz su crimen aquí mismo... ¡Tráiganla!”

Un sacerdote que esperaba fuera de la sala hizo pasar a una chica. Tenía los ojos húmedos por el llanto y el cabello revuelto — sin duda, parecía que habían abusado de ella.

“¡Myril! ¡¿Qué ha pasado?! gritó Zem, poniéndose en pie de un salto por la sorpresa. Intentó ir al lado de la chica, pero los sacerdotes se lo impidieron, y Myril gritó.

“¡Sí! Éste es el hombre que me violó... ¡Confié en usted, padre Zem!”

“¿Qu-qué estás diciendo, Myril?”, preguntó Zem.

“¡Ríndete de una vez, pecador! Llévenselo”, gritó un sacerdote.

El niño que Zem había estado tratando se levantó y protestó. “¡E-el Padre Zem ha estado tratando a la gente aquí todo el día!”

El niño no se dio cuenta de lo imprudente que era. Los sacerdotes fulminaron al niño con la mirada. “¡¿Pretendes desafiar la palabra de un sacerdote, mocoso?!”, bramó uno de ellos.

“¡P-por favor, basta! Mi hijo sólo bromeaba”, dijo la madre, tapándole la boca con una mano antes de postrarse ante el sacerdote.

El sacerdocio era una profesión sagrada. Los miembros de esta orden estaban por debajo de los nobles y tenían muchas obligaciones, pero poseían una serie de privilegios de los que carecían los ciudadanos comunes. Incluso su labor curativa y caritativa la realizaban para Medora, y la gente no tenía derecho a interferir en sus deberes. Si alguien se resistía, los sacerdotes tenían unas mazas para hacerles cambiar de opinión.

“¡Por favor, no lastimen a nadie!”, gritó Zem. Los sacerdotes de nivel intermedio se rieron burlonamente.

“Si no quieres que esta situación se agrave, te recomiendo que te comportes y nos sigas.”

“¡Grk...!”

 

Era evidente lo antinatural de los acontecimientos que condujeron al arresto de Zem. Naturalmente, los ciudadanos que estaban en deuda con él y las mujeres que sentían algo por él protestaron.

La narrativa cambió cuando salió a la luz un nuevo descubrimiento. Se encontró veneno en los estantes de la sala de tratamiento de Zem. Había veneno utilizado para la parálisis, veneno para hacer que el objetivo se sintiera fatigado, e incluso veneno que causaba excitación y se usaba como afrodisíaco. El afrodisíaco era el mayor problema, y la botella medio vacía era la prueba de que se había utilizado. Peor aún, se presentaron pacientes que habían visto a Zem recoger hierba venenosa utilizada como ingrediente para el afrodisíaco.

La línea que separaba la medicina del veneno era delgada como el papel. Zem había analizado minuciosamente muchos textos y era un experto en su arte. A menudo utilizaba hierba venenosa como ingrediente, y crear compuestos que contuvieran veneno era pan comido para él. También era posible que un sacerdote hubiera plantado el veneno en la sala de tratamientos de Zem mientras fingía inspeccionarla; habría sido una tarea fácil.

Sin embargo, muy pocos ciudadanos entendían nada de eso. Como mínimo, los pacientes que vivían en la pobreza y ni siquiera sabían leer, eran incapaces de darse cuenta del engaño.

Mientras tanto, los sacerdotes con algún conocimiento de medicina guardaban silencio para evitar que la atención recayera sobre ellos. Otros se regodeaban porque un rival había sido eliminado.

Transcurrieron tres meses.

 

Después de tres meses de encarcelamiento, Zem fue excomulgado del santuario y expulsado de la ciudad por la puerta trasera.

Hubo un par de razones para explicar la prolongada duración de su encarcelamiento. El santuario esperó a que se disiparan las sospechas y la ira por su falsa acusación para desterrarlo una vez que el escándalo se hubiera aceptado como verdad. De este modo, evitaron atraer la ira. Los sacerdotes también difundieron diversos rumores para reforzar la credibilidad del escándalo, y el grado en que se propagaron entre la población hambrienta de información, les sorprendió incluso a ellos.

La otra razón del largo encarcelamiento, era igual de importante.

“¿Es Zem? Qué desgraciado.”

“Parece que los rumores eran ciertos...”

Aquello, fue despojar a Zem de su buen aspecto que le había hecho tan popular. Tenía las mejillas hundidas, los ojos hundidos y la ropa sucia y maltrecha. Aún seguía siendo mucho más guapo que el promedio, pero tenía un aspecto lo suficientemente demacrado como para desilusionar a quienes le querían por su aspecto.

“... Eso te lo hiciste tú mismo, Zem”, murmuró Myril con rabia, mientras lo observaba desde lejos. Zem tenía la culpa por no aceptar su amor. Debería haberle dado lo que ella quería. Se lo repetía una y otra vez, ahogando cualquier sentimiento de culpa naciente en un vicio obstinado.

Todas las chicas del orfanato dudaban de Myril, pero ella se había hecho la víctima perfecta y los sacerdotes la creían. Nadie pudo afirmar que mintiera en su confesión. Zem no fue visto ni se supo de él en público ni una sola vez entre su encarcelamiento y su destierro.

Al final, Zem fue desterrado porque los que tenían el poder en el santuario decidieron que era culpable. Así de simple. Incluso si alguien hubiera podido argumentar la supresión y las maniobras entre bastidores que llevaron a esa decisión, no habría podido plantear una objeción pública.

Después de su destierro, se extendieron especulaciones de que él debía de estar metido en algún asunto turbio en secreto. En lugar de vivir con la culpa y el miedo de haber abandonado a una persona falsamente acusada y que hubiese una chica capaz de arruinar la vida de un hombre con mentiras, a la gente del pueblo le resultó mucho más fácil aceptar la historia de que el malvado Zem tenía lo que se merecía.

“¡Piérdete, pervertido!”

“¡Fuimos tontos al confiar en ti!”

El pueblo que recibió protección del santuario exilió a Zem. Traición, falsas acusaciones, insultos y violencia — éstas fueron las injusticias que lo arruinaron y llevaron al pueblo a abuchearlo y apedrearlo.

Pero tal vez, éste fuera sólo el verdadero comienzo de la vida de Zem.

 

Zem murmuró para sí mismo mientras caminaba solo por la autopista. “¿Por qué tuvo que pasar esto?” Llevaba repitiéndose esas palabras desde que fue arruinado por sus compañeros sacerdotes y Myril. Nadie había respondido a su pregunta.

Fue interrogado dos o tres días después de su detención y después le dejaron casi completamente solo durante su encarcelamiento de tres meses. Puede que los guardias tuvieran prohibido hablar con él, porque ellos tampoco respondieron a ninguna de sus preguntas. La palabra ¿Por qué? daba vueltas sin cesar en su mente.

Los solitarios tres meses en prisión desgastaron la mente de Zem, e incluso alteraron su rostro. Cuando fue liberado, todo el mundo se volvió contra él al ver cómo había cambiado su aspecto. Esa fue la primera vez que se dio cuenta de lo mucho que se había beneficiado de su aspecto.

Pero en este punto, el alma de Zem aún no había sido corrompida. Que sintiera vergüenza por no ser consciente de las ventajas de sus atractivos rasgos, era prueba de ello. Aún tenía la esperanza de poder volver al santuario algún día y limpiar su nombre.

Aunque abandonó esa esperanza después de un incidente que ocurrió cuando se aventuró en un pueblo de postas, que servía como sede de la oficina de correos local, tras su destierro.

“¡Bienvenido a mi posada, padre! ¿Está usted en algún tipo de peregrinación?”

“... Sí, algo así.”

En un pueblo de postas que estaba a una semana de camino a pie de su ciudad natal, conoció a una mujer llamada Velkia. Era propietaria de una posada, viuda de unos treinta años. No tenía hijos y dirigía la posada mientras cuidaba de sus padres.

Sus huéspedes consistían únicamente en aventureros. Este pueblo estaba justo en el camino que conecta Teran, la Ciudad del Laberinto, con la frontera nacional, lo que lo convertía en un lugar animado con mucho tráfico de carruajes tirados por caballos y dragones. La posada de Velkia atendía a los aventureros de paso, y cuidar de los que tenían menos experiencia era parte de su trabajo.

Velkia solía aventurarse como guerrera. Aprovechó el matrimonio para abrir una posada. Era grande y fuerte para ser mujer, y aunque era una persona afectuosa, estaba perfectamente dispuesta a dar una buena patada en el trasero a cualquier cliente que se portara mal. No tenía ningún problema en dirigir la posada ella sola.

Últimamente, sin embargo, tenía dolores de espalda y se preguntaba si debería disminuir la actividad de su negocio. De momento no tenía muchos clientes porque acababa de terminar el invierno, pero la posada no tardaría en llenarse, y así seguiría durante el verano. Estaba pensando en contratar empleados o en reducir la cantidad de trabajo a realizar.

Fue en ese momento cuando llegó Zem. Notó su dolor de espalda y le dijo: “¿Quieres que te lo cure?”. A diferencia de las pequeñas heridas, curar un problema crónico como el dolor de espalda requería una buena dosis de habilidad. Velkia pensó que no le haría daño intentarlo y aceptó dubitativa su oferta.

Su rostro se iluminó cuando Zem usó el hechizo curativo. El dolor desapareció de su cuerpo como si nunca hubiera estado allí. Zem era un sanador con talento, e incluso los tratamientos que requerían cierta habilidad eran un paseo para él.

“¡Oh Dios mío! ¿Cuántos meses hacía que no me sentía tan cómoda?”, exclamó Velkia.

“Tu dolor de espalda disminuirá si cuidas tu postura al levantar objetos pesados y al irte a dormir. Por favor, cuídate”, dijo Zem.

“Oh, espera. Tengo que recompensarte por darme un trato tan maravilloso...”

Zem la interrumpió sacudiendo la cabeza. “Por favor, no te preocupes por pagarme.”

“Ah... ¿No usas tu talento para ganar dinero?”, preguntó Velkia.

“No es que no me interese el dinero. Simplemente me alegra que una persona maravillosa como tú me dé las gracias”, explicó él.

Zem ya había sido recompensado lo suficiente. No le había contado nada sobre su origen, pero hacía mucho tiempo que no hablaba con alguien que no le ignorara, insultara o menospreciara. El simple hecho de poder hablar con ella normalmente le satisfacía. Por eso la consideraba una persona maravillosa.

Velkia, sin embargo, se hizo una idea equivocada.

“Vaya... Pero ¿acaso no eres sacerdote? ¿Estás seguro que estás de acuerdo con esto?”, preguntó Velkia.

Zem también malinterpretó sus palabras. Recoger limosnas después de realizar un tratamiento era parte del trabajo de un sacerdote. Dijeran lo que dijeran, los sacerdotes no podían vivir sin ingresos. Estaba prohibido por el santuario realizar tratamientos gratis en tiempos de paz. Pero Zem ya no era un sacerdote y no tenía que atenerse a esas reglas.

Velkia pensó que estaba pidiendo otro tipo de recompensa. Zem no se dio cuenta cuando ella le insinuó burlonamente que era un sacerdote travieso por intentar seducir a una mujer que acababa de conocer.

“Soy un ex sacerdote. Es... una larga historia, pero dejé esa vida”, dijo Zem.

“Ya veo”. Velkia estaba convencida que decía la verdad. Ahora que lo pensaba, no llevaba el colgante que los sacerdotes llevaban alrededor del cuello. Eso probablemente significaba que no estaba afiliado a ninguna congregación. Una noche de diversión no sería ningún problema.

Velkia no recibía muchos invitados como Zem. Su clientela habitual eran aventureros rudos. Sabía que la gente la veía varonil y brusca. Era su naturaleza, y no pensaba cambiar. Los únicos hombres que se le insinuaban eran aventureros seguros de sí mismos —por lo general demasiado seguros— en su propia masculinidad.

Por eso, era la primera vez que la cortejaba un caballero amable como Zem, que sabía curación. No habría sido su tipo si hubiera sido distante e ingenuo como muchos clérigos, pero quedó prendada de la sombra no sacerdotal que cubría su rostro.

Zem perdió su castidad aquella noche.

 

“Deberías ir a Ciudad Laberinto y convertirte en aventurero”.

Fue a la mañana siguiente. Velkia le dijo eso a Zem poco después de despertarse.

“También podrías ganar mucho dinero en esta ciudad de postas, con ese talento tuyo para curar. Pero sabes que lo mejor para ti sería irte de aquí, ¿no?”

“Yo... Sí.”

Al final, Zem fue dominado por Velkia y obligado a conocer el cuerpo de una mujer por primera vez. A pesar de sus recelos, era un hombre joven y terminó disfrutándolo. Si no hubiera sido por lo bien que se lo pasó aquella noche, probablemente no habría tardado en morir o en ahorcarse.

Zem se habría sentido atormentado por la culpa si aún hubiera sido sacerdote, pero era muy consciente de que no era más que un ex sacerdote sin un lugar en el mundo. Estaba dispuesto a permitirse el placer de entregarse al cuerpo de una mujer.

Cuando un hombre pasa su primera noche con una mujer, las palabras fluyen de él tan fácilmente como el vino de una botella rota. Antes de darse cuenta, le estaba contando a Velkia todo lo que le había pasado. No se detuvo en las falsas acusaciones. También le dijo que quería limpiar su nombre y volver a ser un sacerdote de confianza, aunque se daba cuenta de lo difícil que sería. Aunque sabía que debía perdonar a los sacerdotes y a Myril por su fechoría y reflexionar sobre sus propios actos, en realidad los odiaba tanto que quería matarlos; estaba profundamente resentido con la gente inocente de su ciudad natal; había perdido todo deseo de vivir. Dejó al descubierto pensamientos de los que ni siquiera era consciente en su corazón.

Velkia sintió alivio e inquietud a la vez mientras escuchaba. Se sintió aliviada porque si no hubiera abrazado a Zem aquella noche, probablemente habría muerto de desesperación a un lado de la carretera. Fue traicionado y herido por personas en las que confiaba, pero aun así no abandonó su convicción de curar a otras personas, y por eso trató el dolor de espalda de una propietaria a la que nunca había conocido. La idea que una persona tan buena muriera era insoportable.

Se sentía incómoda porque no creía que fuera capaz de salvarle el corazón por completo. Velkia tendía a ser abierta con el sexo. No se acostaba con frecuencia con hombres de paso como Zem, pero tampoco era raro. También se encargó de muchos hombres que tropezaban en su posada. Atarse a Zem, sin embargo, no conduciría a un buen futuro para ninguno de los dos. Puede que pasaran una noche agradable juntos, pero una relación a largo plazo estaba condenada al fracaso.

Velkia sabía que no sería capaz de serle fiel. Algún día acabaría por lastimarlo. También era difícil imaginar a Zem resignándose a una vida de dejadez mientras una mujer cuidaba de él. Dicho sin rodeos, Zem era demasiado para ella.

“Quiero que hagas amigos, te enamores de una mujer, te diviertas y explores el mundo que aún no has visto. Yo también viví muchas aventuras cuando era joven. Por eso deberías ir a Ciudad Laberinto”, dijo Velkia.

Para ella no era difícil llegar a esa conclusión. Trabajar como aventurero era lo mejor para gente con problemas complicados como Zem.

“Pero... necesito recompensarte. Si no es por ti, yo...”, Zem dejó de hablar.

“Estamos a mano. Me trataste gratis, ¿recuerdas? Ah, cierto. Tengo algunos objetos que te serán útiles.”

Velkia le entregó a Zem un paquete de mercancías.

“Estos son...”

Era una vieja sotana, un libro sagrado de segunda mano y una maza. La sotana no tenía manchas, y aunque las páginas del libro estaban amarillas, la encuadernación estaba en buen estado. La maza estaba oxidada aquí y allá, pero sería más que utilizable con un poco de pulido.

“Muchos sacerdotes trabajan como aventureros como parte de su formación, pero también hay algunos que se convierten en aventureros tras renunciar al sacerdocio o dejarlo después de violar sus preceptos. Las tengo porque algún idiota las dejó para pagar sus gastos de alojamiento... Deberías usarlas”, explicó la mujer.

“¡Y-yo no puedo aceptar todo esto...!” protestó Zem, pero Velkia le detuvo. Le entregó a la fuerza los objetos con la prepotencia de una propietaria y sonrió.

“Es hora de que te vayas. Se supone que los hombres deben vivir la vida mirando hacia adelante.”

Zem salió de la posada y llegó a Ciudad Laberinto. Era el asentamiento más próspero y bullicioso que había visto nunca. Había mercaderes y aventureros, magos eruditos talentosos, payasos con llamativos maquillajes que actuaban en carpas de circo y sacerdotes. La población era mayoritariamente humana, pero no faltaban elfos, enanos e incluso bestias. Era un vertiginoso crisol de razas y ocupaciones.

“Debería buscar una posada primero...”

Zem tenía dinero de sobra. Utilizaba su magia curativa y sus conocimientos de medicina para mantenerse en el camino desde la posada de Velkia hasta Ciudad Laberinto. Comprendió que realizar tratamientos gratuitos atraería sospechas indebidas sobre él y posiblemente le traería problemas. Cobraba algo menos que el valor de mercado cuando curaba a los enfermos y heridos, y luego ahorraba las ganancias. Incluso con los precios más bajos, ganaba más que suficiente porque no necesitaba ofrecer un pago al santuario. Aquellos que podían combatir las heridas y las enfermedades eran valorados en cualquier época.

“Apuesto a que la vida nocturna aquí es muy buena... Debería salir bajo la lluvia y divertirme un poco.”

Zem sonrió ampliamente a un lado de la carretera bajo la lluvia torrencial. Se había familiarizado con un pasatiempo desagradable desde que dejó la posada de Velkia — ser mujeriego. Bebía alcohol en clubes de alterne que empleaban mujeres hermosas y, si había una que le gustara, la seducía y se acostaba con ella.

Era un estilo de vida que Zem nunca habría imaginado cuando era sacerdote. Ahora que su vida había resultado así, pensó con desafío que bien podía disfrutarla al máximo. Ya no dudaba en absoluto a la hora de ganar dinero con su magia curativa. Había entregado su castidad a Velkia, y su sentimiento de culpa por gastar dinero en mujeres había desaparecido. Zem se había convertido en un ejemplo de libro de texto de un sacerdote excomulgado que se entregaba a deseos que en su día estuvieron prohibidos.

Lo único que permaneció profundamente arraigado fue el miedo a las chicas más jóvenes. Sólo ver a una ante él, le recordaba a Myril y le hacía temblar las manos. Las evitaba mientras seguía disfrutando de la vida nocturna de la ciudad.

Pero aún no estaba acostumbrado a este estilo de vida. La vida nocturna era algo a lo que había que acostumbrarse. Había disfrutado mucho desde que llegó a la ciudad e incluso había encontrado algunos restaurantes favoritos. Con el tiempo, sin embargo, se dio cuenta de lo mucho que la vida nocturna había consumido su billetera. Los clubes de alterne de Ciudad Laberinto eran todos caros.

“... Necesito centrarme pronto en el trabajo.”

En este país, a los ex sacerdotes que no estaban afiliados a ningún santuario o las personas que estudiaban magia curativa por su cuenta no se les permitía abrir un hospital o un centro de tratamiento. Se les permitía montar un puesto al aire libre y tratar a las personas de esa manera, pero esas operaciones se consideraban menos confiables que los centros de tratamiento oficiales, lo que dificultaba conseguir clientes que pagaran bien y llevar un negocio próspero. Utilizar la magia curativa para ganar dinero en la carretera no era difícil, pero dentro de una ciudad había mucha más competencia.

Por esa razón, Zem siguió el consejo de Velkia y decidió convertirse en aventurero. Llegó a un gremio de aventureros llamado Novatos. Una mujer de un club de alterne le dijo que la mayoría de la gente que esperaba convertirse en aventureros en Ciudad Laberinto empezaba allí.

“... Por eso necesitas formar un grupo para convertirte en aventurero”, le dijo la recepcionista.

“Oh, ¿de verdad...?” respondió Zem. No tenía ni idea de la profesión, así que hizo lo que le dijo la recepcionista y se acercó a los aventureros que buscaban miembros para un grupo.

Por desgracia, nadie invitó a Zem a su grupo. Terminó trasnochando en un club de alterne la noche anterior y durmió muy poco en la posada barata que encontró. Aún parecía ligeramente embriagado y olía a maquillaje de mujer, lo que hacía evidente para cualquiera que había pasado la noche en un establecimiento de ese tipo. Eso, unido a su atuendo de sacerdote, le hacía parecer muy sospechoso.

Las miradas desconfiadas de los aventureros de toda la sala le trajeron terribles recuerdos. Sus ojos eran iguales a los de la gente de su ciudad natal cuando fue desterrado. “Puede que trabajar como aventurero no sea para mí”. Suspiró Zem para sí mismo. La búsqueda de miembros para un grupo no le llevó a ninguna parte. Era un círculo vicioso de rechazo.

Zem se vio obligado a marcharse cuando Novato cerró. Ya fuera o no capaz de encontrar un grupo, todos los del gremio se agolparon en un bar vecino. Zem fue incapaz de resistirse al flujo de personas y fue a parar también al bar. Tenía un hambre indudable; no había comido nada desde la noche anterior.

Lamentablemente, la comida del bar era sencilla; incluso peor que las comidas que les servían en el santuario. Su melancolía por la comida se vio amplificada por el ambiente que le rodeaba. Los tres aventureros sentados a su mesa parecían tan deprimidos como él. El contraste entre su mesa y el resto del bar no podía ser mayor; parecían estar en una oscura celda de prisión, mientras que el resto de los clientes sonreían y se divertían.

“Soy sacerdote. ¡Me encargaré de la curación!”

“¡Suena genial! ¡Soy un guerrero que usa un hacha! Maté a cien kobolds en mi tierra.”

“¡Desde hoy somos un grupo— no, una familia! ¡Encantado de conocerlos a todos!”

Familia. El temperamento de Zem se encendió con esa palabra. Todos los que se criaron en el santuario deberían considerarse familia. Tanto si habían perdido a sus verdaderos padres como si habían sido abandonados por ellos, los niños criados bajo la protección divina de Medora deberían haber sido como hermanos y hermanas. Los sacerdotes que dirigían el santuario deberían haber sido como padres y madres.

Zem fue traicionado por esa familia. La alegría simple e idílica que se oía en las voces de los aventureros era más de lo que podía soportar.

Quién necesita una familia de todos modos. Es todo tan estúpido. Al final sólo te traicionarán.

““““¡Nunca más volveré a confiar en nadie!””””



Notas

  1. Nota: Un buen dos zapatos es alguien que es visto como empalagosamente virtuoso, moralista o mojigato. Este término proviene de un libro para niños, The Story of Little Goody Two-Shoes.
Publicar un comentario
Search
Menu
Theme
Share
Additional JS